lunes, 23 de febrero de 2009

Tor, el enigma de la montaña

En medio de un paisaje que ante nuestros ojos parece virgen, se alza la montaña que alberga en su seno el pueblo de Tor. Estamos en plena naturaleza, en la naturaleza del Pirineo de Lleida, a pocos kilómetros de la frontera con Andorra y en un poblado muy alto, uno de los más altos de todo el Pirineo, a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar. A los pies de la montaña, de unas 2.300 hectáreas aproximadamente, el pueblo de Alins aguardba cada año que llegara el otoño para darle la bienvenida a los habitantes de este minúsculo poblado, con solo trece casas. Algunas de ellas se encuentran derruídas y quemadas tras el paso de la guerra civil, y donde el maquis parecía encontrar refugio. También hay una pequeña iglesia, a la que subía en el siglo pasado un sacerdote para prestar el servicio religioso, y de la que poco más podemos ver tras sus muros, casi en ruinas, que parece uno de los pocos edificios que todavía se mantienen en pie tras todos estos largos años.
Dicen que el nombre de este pueblo proviene del mismísimo dios Thor, de la mitología escandinava, quien dijo que donde golpease con su hacha tendría que nacer un pueblo. No es de extrañar que surgieran este tipo de leyendas acerca de dioses y el nuevo pueblo, ya que en la montaña que está situada tras el pueblo hay una inmensa oquedad – una oquedad que bien podría haberse realizado con el hacha del dios del trueno – y de la que se han originado esta y muchas más leyendas.

Pero, tras la belleza de este enigmático enclave, donde en el presente solo hay una antena parabólica y las casas que aún se mantienen en pie contienen lo más básico que pueda tener una casa, hay otra historia, mucho más inquietante y mucho más atractiva para los amantes del misterio. Es la historia de un pueblo maldito, de familias que callan, que esconden los secretos que solo algunos pocos ‘privilegiados’ han tenido el don de presenciar. Todos saben lo que, mucho tiempo atrás, ocurrió, justo en el medio del pueblo. Los habitantes permanecen en silencio muchas veces, intentando eludir y olvidar los recuerdos del pasado. Pero un reportaje, realizado por la cadena de televisión catalana TV3, y la posterior edición de un libro, titulado en catalán Tor, tretze casas i tres morts, y en castellano Tor, la montaña maldita, han reavivado algunas historias que se creían perdidas, olvidadas. El libro tuvo un éxito tremendo, sobre todo en Cataluña, entremezclando el periodismo con la literatura. Lo cierto es que, entre los habitantes del pueblo también ha reavivado antiguos resquemores. Y es que esta montaña, vastísima, que se cubre totalmente de nieve llegado el otoño, imposibilitando el paso por completo a medida que el invierno va recrudeciéndose, es de la propiedad única y exclusiva de esas pocas familias que aún siguen teniendo sus propiedades allí.

En 1896 se fundó la Sociedad de Condueños de la Montaña de Tor, como está escrito en una piedra cercana al pueblo, con el fin de que todos pudieran beneficiarse de la montaña en la parte que les tocaba. El hecho de ser una montaña amplísima, que generaba grandes beneficios a sus habitantes, sumado a que es el único lugar por donde se puede pasar a Andorra sin tener que pasar por una aduana habían generado temores entre los propietarios. Sin embargo, había ciertas desavenencias, puesto que la mayoría de las familias abandonaban Tor en los meses más fríos del año, ya que era totalmente imposible vivir bajo aquellas condiciones de frío extremo, aislados en medio de la nada y con el único camino (una pista forestal de unos doce kilómetros) que llevaba al pueblo más cercano, Alins, al pie de la montaña, cubierto de nieve que imposibilitaba el acceso a éste. Sin embargo, había dos casas (o familias) que eran mucho más fuertes que las demás. Eran casa Sansa y casa Palanca. Tan solo uno de los hijos podía ser el propietario de todo lo que poseía su familia, por lo que las “casas”, y con ellas el poder, han ido pasando de una generación a otra. Todo era normal, hasta que las familias comenzaron a pasar los meses más fríos en Alins. Aquello no era del agrado de muchos de los habitantes, que consideraban que se estaban quebrantando algunas leyes. A un heredero de casa Palanca, Jordi Riba, lo mandaron a estudiar a Lleida, lo que suponía, para los habitantes de Tor, la pérdida de los derechos sobre la montaña. Cuentan que el heredero de casa Sansa por aquellos días, Josep Montané, le tenía un odio profundo a este chaval, que se moría de ganas de subir a la montaña. Su formación en los Maristas duró poco, y a pesar del recelo de la gente, subió a vivir a la montaña.

Dicen que los Sansa eran multimillonarios, que Josep Montané tenía un tesoro enterrado en la montaña, que por eso la quería para él. Dicen muchas cosas, y, seguramente, muchas de ellas no contendrán un ápice de verdad sobre lo que realmente tenía cada cual, todo motivado seguramente por los celos. Pero lo que es seguro, y cualquiera que pase por la estrecha pista forestal, especialmente cuando la noche ha caído, puede darse cuenta, es de que el contrabando de mercancías desde Andorra es un hecho evidente. Lo era ya hace más de dos siglos, y lo sigue siendo, gracias al camino que hizo Sansa con sus propias manos en 1967, que llega hasta Andorra por el puerto de Cabús. Parece ser que le interesaba el contacto con Andorra, por cualesquiera que fueran las causas. Entonces, la vía estaba libre para los contrabandistas. Sin embargo, muchos cuentan que Sansa salía, escopeta en mano, o cortando el paso con el tronco de un árbol o una piedra, para detener a los jeeps que cruzaban su camino, y exigía algo a cambio, por ejemplo tabaco, alcohol, o alguno de los jeeps que Sansa “coleccionaba”. Pero este paso de contrabandistas se vería afectado por los intensos intentos de la Diputación de Lleida para hacer un camino que conectase con Andorra, quedando la montaña totalmente expropiada. Esto no gustaba demasiado a los lugareños, de modo que nunca se consiguió el proyecto que, al parecer, también contaba con el apoyo de Andorra.

Pero no es la única historia extraña que podemos encontrar en un lugar como Tor. Este pequeño pueblo ha sido desde siempre un lugar de paso, donde también se refugiaban los que huían de la ley, y entraban al servicio de los “señores” de Tor. No se puede certificar que el maquis se refugiara en la montaña, pero es algo de lo que se habla a menudo cuando se trata el tema de los asesinatos acaecidos en Tor. En 1944, semiabandonado el pueblo, con la ermita derruída y algunas casas de las que solo quedaron escombros tras intensas batallas libradas en la Guerra Civil, tan solo unas pocas familias pudieron quedarse a vivir allí. Los “hippies”, como los suelen llamar, servían a sus señores con la intención de tener un techo bajo el que poder cobijarse y tener comida asegurada. El caso es que, dos de los hombres que hacían de guardaespaldas a Palanca, murieron en un tiroteo del que no hay información clara y precisa. Parece ser que la casa Cerdà y la casa Sansa , por el año 1976, arrendaron a un andorrano, Rubén Castañer, la montaña entera, excluyendo al resto de vecinos. Esto provocó que se formara una junta paralela, liderada por Palanca. Arriendan la madera a unos leñadores de Vic, lo que finalmente acabaría en un tiroteo. Rubén Castañer solía llevar guardaespaldas, así como Palanca, que se servía de estos “refugiados” para protegerse de los odios mutuos entre ambas casas. Los guardaespaldas de Castañer tirotearían a los guardaespaldas de Palanca. ¿Dónde estaba la justicia entonces? No lo sabemos. Tal vez se lavaron las manos, viendo el cariz que estaba tomando todo allí arriba. Y menos mal que eran solo trece casas...

En 1981, Sansa intenta adueñarse de la montaña, acusando a los vecinos de ésta de no vivir durante el año entero, pero no sería hasta 1995 cuando a Sansa le otorgarían este enorme beneficio. Quien pudiera confirmar que vivía los doce meses del año en Tor sería el dueño y señor de toda la montaña. Y el único que pudo demostrarlo, con el humo de la chimenea encendido en las cuatro estaciones, fue Sansa. ¿Quién sabe si fue él el que estaba allí? Probablemente, si no fuera él (aunque esto es suponer demasiado, ya que era un hombre fuerte y robusto, acostumbrado a la crudeza de los inviernos en la montaña), hubiera sido algún “hippie” de los que siempre le acompañaban. El caso es que, finalmente, el Juzgado de Tremp resolvió otorgarle la montaña entera, dejando a un lado al que habría sido anteriormente su aliado, el representante de casa Cerdà, pero Sansa tal vez no sabía que aquel gozo le duraría poco. Cinco meses después de esta victoria, Sansa sería encontrado en su casa, ahorcado y apaleado, con su cuerpo casi descompuesto por el paso del tiempo (hacía casi cuatro meses que no se sabía nada de él y se encuentra el cadáver en pleno verano). El forense, tras varios experimentos realizados con un gato, pudo comprobar que Sansa había muerto unas dos semanas antes de que encontraran el cadáver, pero no pudo hallar huellas algunas en el interior de la casa, donde yacía el ya anciano Sansa. Parece ser que había llegado a un acuerdo para vender la montaña entera y hacer unas pistas de esquí, que serían las más grandes de toda Europa, mucho más que las de Baqueira Beret con unos doscientos kilómetros de pistas que pertenecerían a España y al Principado de Andorra. Pero todavía, a día de hoy, no se puede decir con exactitud quién pudo matar a Sansa.

Tras las declaraciones de Antonio Gil José, un pastor que había vivido durante un tiempo en Tor y que testificó haber presenciado el crimen, se acusó del asesinato a Marili Pinto, de nacionalidad brasileña, y a Josep Mont, que vivía en La Seu d’Urgell y que parece ser que tenían tratos (no demasiado legales, como es de suponer) con la víctima. Era una pareja que había sido contrabandista en otra época, pero que tenían, al parecer, una deuda que cobrarse de Sansa: una cantidad de aproximadamente un millón de pesetas. Ambos dijeron únicamente que le habían dado una paliza y que su intención no era la de matarle, ya que supuestamente lo dejaron vivo cuando abandonaron su casa. Sin embargo, la Audiencia de Lleida absolvería unos meses más tarde a los acusados por falta de pruebas, ya que Antonio Gil José no tenía pruebas de haber permanecido en Tor durante las fechas en las que el asesinato se cometió. En 1997 se declara comunal la montaña, pero nuevamente, en el 2002, se le devuelve la montaña y los derechos de la misma a los habitantes cuya propiedad había sido registrada más de treinta años antes, y así también a sus herederos, ratificándose esta sentencia en el año 2004 por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

Aún hoy no se han podido esclarecer muchos de los detalles del crimen, pero lo que sí es cierto es que muchos de los “presuntos” asesinos tenían tratos no muy legales con la víctima, que Sansa era presa de muchas envidias y recelos, así como también el causante de muchas de ellas. Causa una tremenda impresión cuando se llega a la frontera con Andorra y puede verse, en el inmenso panel que anuncia el paso hacia el principado, una serie de agujeros que parecen haber sido huellas de las balas de una escopeta.

Hay toda una amalgama de personajes que han sido tachados de culpables o de cómplices, pero no hay nada que pueda culpar directamente a ninguno de ellos por el momento, ya que la falta de pruebas es evidente, y el silencio de sus habitantes a veces demasiado obstinado o tal vez influenciado por el miedo y los temores a quién sabe qué...

2 comentarios:

rocky dijo...

Es interesante está historia, muy interesante. Que faena la de este pueblo.
Enorabuena.

Saludos.

windumanoth dijo...

Bueno, tu la conoces mejor que yo, e incluso conocerás a los protagonistas. Seguro que alguna vez has hablado con Palanca, ¿no?
Saludos,
Windu