lunes, 23 de febrero de 2009

Tor, el enigma de la montaña

En medio de un paisaje que ante nuestros ojos parece virgen, se alza la montaña que alberga en su seno el pueblo de Tor. Estamos en plena naturaleza, en la naturaleza del Pirineo de Lleida, a pocos kilómetros de la frontera con Andorra y en un poblado muy alto, uno de los más altos de todo el Pirineo, a unos 1.800 metros sobre el nivel del mar. A los pies de la montaña, de unas 2.300 hectáreas aproximadamente, el pueblo de Alins aguardba cada año que llegara el otoño para darle la bienvenida a los habitantes de este minúsculo poblado, con solo trece casas. Algunas de ellas se encuentran derruídas y quemadas tras el paso de la guerra civil, y donde el maquis parecía encontrar refugio. También hay una pequeña iglesia, a la que subía en el siglo pasado un sacerdote para prestar el servicio religioso, y de la que poco más podemos ver tras sus muros, casi en ruinas, que parece uno de los pocos edificios que todavía se mantienen en pie tras todos estos largos años.
Dicen que el nombre de este pueblo proviene del mismísimo dios Thor, de la mitología escandinava, quien dijo que donde golpease con su hacha tendría que nacer un pueblo. No es de extrañar que surgieran este tipo de leyendas acerca de dioses y el nuevo pueblo, ya que en la montaña que está situada tras el pueblo hay una inmensa oquedad – una oquedad que bien podría haberse realizado con el hacha del dios del trueno – y de la que se han originado esta y muchas más leyendas.

Pero, tras la belleza de este enigmático enclave, donde en el presente solo hay una antena parabólica y las casas que aún se mantienen en pie contienen lo más básico que pueda tener una casa, hay otra historia, mucho más inquietante y mucho más atractiva para los amantes del misterio. Es la historia de un pueblo maldito, de familias que callan, que esconden los secretos que solo algunos pocos ‘privilegiados’ han tenido el don de presenciar. Todos saben lo que, mucho tiempo atrás, ocurrió, justo en el medio del pueblo. Los habitantes permanecen en silencio muchas veces, intentando eludir y olvidar los recuerdos del pasado. Pero un reportaje, realizado por la cadena de televisión catalana TV3, y la posterior edición de un libro, titulado en catalán Tor, tretze casas i tres morts, y en castellano Tor, la montaña maldita, han reavivado algunas historias que se creían perdidas, olvidadas. El libro tuvo un éxito tremendo, sobre todo en Cataluña, entremezclando el periodismo con la literatura. Lo cierto es que, entre los habitantes del pueblo también ha reavivado antiguos resquemores. Y es que esta montaña, vastísima, que se cubre totalmente de nieve llegado el otoño, imposibilitando el paso por completo a medida que el invierno va recrudeciéndose, es de la propiedad única y exclusiva de esas pocas familias que aún siguen teniendo sus propiedades allí.

En 1896 se fundó la Sociedad de Condueños de la Montaña de Tor, como está escrito en una piedra cercana al pueblo, con el fin de que todos pudieran beneficiarse de la montaña en la parte que les tocaba. El hecho de ser una montaña amplísima, que generaba grandes beneficios a sus habitantes, sumado a que es el único lugar por donde se puede pasar a Andorra sin tener que pasar por una aduana habían generado temores entre los propietarios. Sin embargo, había ciertas desavenencias, puesto que la mayoría de las familias abandonaban Tor en los meses más fríos del año, ya que era totalmente imposible vivir bajo aquellas condiciones de frío extremo, aislados en medio de la nada y con el único camino (una pista forestal de unos doce kilómetros) que llevaba al pueblo más cercano, Alins, al pie de la montaña, cubierto de nieve que imposibilitaba el acceso a éste. Sin embargo, había dos casas (o familias) que eran mucho más fuertes que las demás. Eran casa Sansa y casa Palanca. Tan solo uno de los hijos podía ser el propietario de todo lo que poseía su familia, por lo que las “casas”, y con ellas el poder, han ido pasando de una generación a otra. Todo era normal, hasta que las familias comenzaron a pasar los meses más fríos en Alins. Aquello no era del agrado de muchos de los habitantes, que consideraban que se estaban quebrantando algunas leyes. A un heredero de casa Palanca, Jordi Riba, lo mandaron a estudiar a Lleida, lo que suponía, para los habitantes de Tor, la pérdida de los derechos sobre la montaña. Cuentan que el heredero de casa Sansa por aquellos días, Josep Montané, le tenía un odio profundo a este chaval, que se moría de ganas de subir a la montaña. Su formación en los Maristas duró poco, y a pesar del recelo de la gente, subió a vivir a la montaña.

Dicen que los Sansa eran multimillonarios, que Josep Montané tenía un tesoro enterrado en la montaña, que por eso la quería para él. Dicen muchas cosas, y, seguramente, muchas de ellas no contendrán un ápice de verdad sobre lo que realmente tenía cada cual, todo motivado seguramente por los celos. Pero lo que es seguro, y cualquiera que pase por la estrecha pista forestal, especialmente cuando la noche ha caído, puede darse cuenta, es de que el contrabando de mercancías desde Andorra es un hecho evidente. Lo era ya hace más de dos siglos, y lo sigue siendo, gracias al camino que hizo Sansa con sus propias manos en 1967, que llega hasta Andorra por el puerto de Cabús. Parece ser que le interesaba el contacto con Andorra, por cualesquiera que fueran las causas. Entonces, la vía estaba libre para los contrabandistas. Sin embargo, muchos cuentan que Sansa salía, escopeta en mano, o cortando el paso con el tronco de un árbol o una piedra, para detener a los jeeps que cruzaban su camino, y exigía algo a cambio, por ejemplo tabaco, alcohol, o alguno de los jeeps que Sansa “coleccionaba”. Pero este paso de contrabandistas se vería afectado por los intensos intentos de la Diputación de Lleida para hacer un camino que conectase con Andorra, quedando la montaña totalmente expropiada. Esto no gustaba demasiado a los lugareños, de modo que nunca se consiguió el proyecto que, al parecer, también contaba con el apoyo de Andorra.

Pero no es la única historia extraña que podemos encontrar en un lugar como Tor. Este pequeño pueblo ha sido desde siempre un lugar de paso, donde también se refugiaban los que huían de la ley, y entraban al servicio de los “señores” de Tor. No se puede certificar que el maquis se refugiara en la montaña, pero es algo de lo que se habla a menudo cuando se trata el tema de los asesinatos acaecidos en Tor. En 1944, semiabandonado el pueblo, con la ermita derruída y algunas casas de las que solo quedaron escombros tras intensas batallas libradas en la Guerra Civil, tan solo unas pocas familias pudieron quedarse a vivir allí. Los “hippies”, como los suelen llamar, servían a sus señores con la intención de tener un techo bajo el que poder cobijarse y tener comida asegurada. El caso es que, dos de los hombres que hacían de guardaespaldas a Palanca, murieron en un tiroteo del que no hay información clara y precisa. Parece ser que la casa Cerdà y la casa Sansa , por el año 1976, arrendaron a un andorrano, Rubén Castañer, la montaña entera, excluyendo al resto de vecinos. Esto provocó que se formara una junta paralela, liderada por Palanca. Arriendan la madera a unos leñadores de Vic, lo que finalmente acabaría en un tiroteo. Rubén Castañer solía llevar guardaespaldas, así como Palanca, que se servía de estos “refugiados” para protegerse de los odios mutuos entre ambas casas. Los guardaespaldas de Castañer tirotearían a los guardaespaldas de Palanca. ¿Dónde estaba la justicia entonces? No lo sabemos. Tal vez se lavaron las manos, viendo el cariz que estaba tomando todo allí arriba. Y menos mal que eran solo trece casas...

En 1981, Sansa intenta adueñarse de la montaña, acusando a los vecinos de ésta de no vivir durante el año entero, pero no sería hasta 1995 cuando a Sansa le otorgarían este enorme beneficio. Quien pudiera confirmar que vivía los doce meses del año en Tor sería el dueño y señor de toda la montaña. Y el único que pudo demostrarlo, con el humo de la chimenea encendido en las cuatro estaciones, fue Sansa. ¿Quién sabe si fue él el que estaba allí? Probablemente, si no fuera él (aunque esto es suponer demasiado, ya que era un hombre fuerte y robusto, acostumbrado a la crudeza de los inviernos en la montaña), hubiera sido algún “hippie” de los que siempre le acompañaban. El caso es que, finalmente, el Juzgado de Tremp resolvió otorgarle la montaña entera, dejando a un lado al que habría sido anteriormente su aliado, el representante de casa Cerdà, pero Sansa tal vez no sabía que aquel gozo le duraría poco. Cinco meses después de esta victoria, Sansa sería encontrado en su casa, ahorcado y apaleado, con su cuerpo casi descompuesto por el paso del tiempo (hacía casi cuatro meses que no se sabía nada de él y se encuentra el cadáver en pleno verano). El forense, tras varios experimentos realizados con un gato, pudo comprobar que Sansa había muerto unas dos semanas antes de que encontraran el cadáver, pero no pudo hallar huellas algunas en el interior de la casa, donde yacía el ya anciano Sansa. Parece ser que había llegado a un acuerdo para vender la montaña entera y hacer unas pistas de esquí, que serían las más grandes de toda Europa, mucho más que las de Baqueira Beret con unos doscientos kilómetros de pistas que pertenecerían a España y al Principado de Andorra. Pero todavía, a día de hoy, no se puede decir con exactitud quién pudo matar a Sansa.

Tras las declaraciones de Antonio Gil José, un pastor que había vivido durante un tiempo en Tor y que testificó haber presenciado el crimen, se acusó del asesinato a Marili Pinto, de nacionalidad brasileña, y a Josep Mont, que vivía en La Seu d’Urgell y que parece ser que tenían tratos (no demasiado legales, como es de suponer) con la víctima. Era una pareja que había sido contrabandista en otra época, pero que tenían, al parecer, una deuda que cobrarse de Sansa: una cantidad de aproximadamente un millón de pesetas. Ambos dijeron únicamente que le habían dado una paliza y que su intención no era la de matarle, ya que supuestamente lo dejaron vivo cuando abandonaron su casa. Sin embargo, la Audiencia de Lleida absolvería unos meses más tarde a los acusados por falta de pruebas, ya que Antonio Gil José no tenía pruebas de haber permanecido en Tor durante las fechas en las que el asesinato se cometió. En 1997 se declara comunal la montaña, pero nuevamente, en el 2002, se le devuelve la montaña y los derechos de la misma a los habitantes cuya propiedad había sido registrada más de treinta años antes, y así también a sus herederos, ratificándose esta sentencia en el año 2004 por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

Aún hoy no se han podido esclarecer muchos de los detalles del crimen, pero lo que sí es cierto es que muchos de los “presuntos” asesinos tenían tratos no muy legales con la víctima, que Sansa era presa de muchas envidias y recelos, así como también el causante de muchas de ellas. Causa una tremenda impresión cuando se llega a la frontera con Andorra y puede verse, en el inmenso panel que anuncia el paso hacia el principado, una serie de agujeros que parecen haber sido huellas de las balas de una escopeta.

Hay toda una amalgama de personajes que han sido tachados de culpables o de cómplices, pero no hay nada que pueda culpar directamente a ninguno de ellos por el momento, ya que la falta de pruebas es evidente, y el silencio de sus habitantes a veces demasiado obstinado o tal vez influenciado por el miedo y los temores a quién sabe qué...

viernes, 20 de febrero de 2009

Edgar Allan Poe y los crímenes de la Rue Morgue

SOBRE EL AUTOR

Aunque su fama internacional se ha extendido gracias a los relatos de terror, Allan Poe también realizó trabajos de poesía y ensayo, así como críticas en varios periódicos.

Edgar Allan Poe nació en Massachussets, en 1809. Vivió y estudió en Inglaterra durante cinco años, tras los cuales pasó también un tiempo en Escocia. Su producción literaria comienza a la vuelta a los Estados Unidos, donde comienza a escribir poemas con tan solo 15 años. En 1826 comenzó sus estudios universitarios, pero por problemas económicos tuvo que abandonar la universidad en menos de un año. Pasó dos años en el ejército, lo que favoreció el incremento de su obra literaria, publicando por primera vez entre 1827 y 1829. Más tarde, en 1832, comenzaría a publicar en los periódicos los relatos que tanta fama le otorgaron. Ganó un importante premio en 1833, aunque por aquel entonces, Poe comenzaba a sufrir una de las serias depresiones que marcarían su vida, influenciada por el alcohol y las deudas. Se abre una etapa nueva en su vida al casarse con su prima Virginia en 1836, aunque no consiguió trabajo estable hasta 1840. Durante estos años, escribió muchos de sus poemas más famosos, como El cuervo, cuya adaptación se llevó en el año 1935 a la gran pantalla, e incluso al cómic. Esta sería la obra con la que se ganaría el reconocimiento del público y con la que comenzarían sus años dorados al lado de Virginia, en los que podría disfrutar de una estabilidad económica razonable. Pero en 1847, su esposa muere, y comienza a sufrir crisis nerviosas agravadas por el creciente consumo de alcohol. Aunque continuó escribiendo relatos e incluso una novela, murió en 1849 en circunstancias que todavía no se han aclarado.

Su trabajo influyó en gran medida en el simbolismo , y también en los escritores victorianos , especialmente en Conan Doyle, por el parecido entre los personajes (Dupin y Sherlock Holmes) y entre las historias y el análisis por el cual se resuelve el enigma. Pero no sería hasta más tarde cuando comenzase a influenciar directamente en los escritores de los propios Estados Unidos. Actualmente, existe una organización de escritores llamada “Mystery Writers of America”, que otorga premios llamados “Edgars”. Es curioso cómo los escritos de Poe comienzan su oleada de propagación por Europa antes que por los propios Estados Unidos, incluso en Francia, donde Poe se convierte en autor de culto para el pueblo.

Para entender la obra de Allan Poe, es necesario comprender además algunos aspectos de su vida que hicieron mella en su carácter depresivo y melancólico. Las malas relaciones con su padrastro, los problemas con el alcohol y el dinero, y, sobre todo, la muerte, siempre alrededor de Poe, fueron haciendo de él un individuo torturado por los constantes delirios. Sus escritos están repletos de historias grotescas, de aspectos sobrenaturales, de enterrados vivos, torturados, de asesinatos brutales. Muchos de sus trabajos son difíciles de entender, tal vez porque están impregnados por la esencia de su pensamiento. Y también por ello, sus historias son mucho más que relatos cortos: en ellas hay profundas reflexiones acerca del funcionamiento de la mente humana, la vida y la muerte. No podemos olvidar que es el maestro e iniciador de la novela detectivesca, genero que comienza con los relatos cortos que darían comienzo a lo que fue llamado los “crímenes de la habitación cerrada”. En todos ellos se consigue resolver el caso mediante el análisis. Se crea un arquetipo de novela detectivesca que sería propagada entre los escritores de ese mismo siglo y algunos posteriores. Los sucesos se desarrollan en una habitación cerrada, por donde aparentemente no hay escapatoria. Dentro de esa habitación se comete un crimen que, para los ojos de los curiosos o de la policía es imposible resolver. Solo las deducciones lógicas de Dupin, a través de las que explica lo ocurrido, son capaces de resolver el enigma. La complejidad del análisis que se realiza es uno de los mayores atractivos de la historia, cuyos enigmas, aunque grotescos e inesperados, llegan a ser perfectamente creíbles gracias a la cadena de conclusiones que Dupin establece. Además, hay otro elemento en común entre los tres relatos protagonizados por Dupin: en todos ellos, se ve envuelto en la investigación por medio de un amigo que ha sido acusado y al que le debe un favor.


LAS CAPACIDADES MENTALES DEL SER HUMANO

Las capacidades mentales que el ser humano posee son la base de este relato, especialmente la capacidad analítica y la capacidad de concentración. Podemos observar (sobre todo en el prólogo que inicia el relato) que el autor ha elaborado una especie de ensayo acerca de la agudeza mental y sus cualidades específicas. Observa, por medio de Dupin, la capacidad analítica como resultado de la inteligencia reflexiva, no como la concentración, ligada a la atención.

Pero, según Poe, la capacidad más importante y la que ocupa las reflexiones de este relato es la capacidad de análisis. Ésta revela un sentido más agudo de la percepción que la concentración en sí misma. Por medio del análisis, podemos estudiar los movimientos de nuestro adversario e incluso sus pensamientos por un movimiento de manos, o al observar la dirección que toma su mirada. A veces, se podrían predecir algunos movimientos, pero no es el resultado de la intuición, sino del análisis, ya que el analista puede incluso llegar a identificarse con su propio adversario. Es importante no confundir esta capacidad mental con la predicción, puesto que son casi términos contrarios. La capacidad de análisis, aunque compleja y aún sin explorar a fondo, no tiene nada de sobrenatural ni fantástico: es una cualidad real que podemos encontrarnos en gente normal. Estas pueden desarrollar una mayor capacidad para tener éxito en tareas que exijan procesos de deducción que les permitan analizar los elementos externos de la situación y a la vez conseguir información acerca del sujeto al que analizan.

Poe ilustra este punto de vista con un ejemplo: la persona que tiene una mayor capacidad de concentración puede ser mucho mejor que su adversario cuando juega al ajedrez, porque este juego requiere más atención y rapidez ante el oponente. Sin embargo, en el juego de las damas el mejor es el más perspicaz, porque la rapidez o la concentración no son más importantes en este juego que el método deductivo de un analista. En las damas solo hay un movimiento posible, y mientras más reducidas sean las posibilidades, más fácil es para el analista deducir los movimientos de su adversario.

En esta historia, los extraños asesinatos cobran la forma de un rompecabezas, un desafío entre lector y escritor, en el que el autor parece retar al público para que resuelva o al menos pueda conseguir elaborar en su mente una explicación de los hechos. De esta forma, conseguimos comprender cuan extraño y extraordinario es el poder mental de alguna gente, e iniciamos una especie de exploración por la mente humana.


LOS CRÍMENES DE LA CALLE MORGUE

Los crímenes de la calle Morgue, también llamado Los crímenes de la Rue Morgue es uno de los relatos que componen los “crímenes de la habitación cerrada”.

Es una historia que lleva encerrada en sí una teoría acerca de la capacidad analítica que distingue a los hombres corrientes de aquellos que tienen en su interior una especie de perspicacia que sobrepasa lo natural, lo cual es una característica fundamental para el tipo de detective que Poe nos presenta en sus escritos. En el prólogo de esta historia podemos leer las reflexiones acerca de este tipo de capacidad mental y lo que Poe conocía de este tema. Hoy en día es más corriente hablar de estos temas, ya que los avances científicos nos permiten conocer cada vez mejor la naturaleza humana, pero cuando esta historia apareció por primera vez en el periódico Graham’s , era una cuestión que apenas había sido tratada anteriormente, por lo que era bastante novedosa y atractiva para el público.

La historia se desarrolla en París donde el narrador, del que no sabemos el nombre, conoce a Dupin, un bohemio que comparte con él su afición a los libros que no se encuentran en cualquier lugar. Ambos deciden vivir juntos en una casa durante la estancia en París del narrador, en la que pasan el tiempo leyendo y estudiando. Durante este tiempo, el narrador descubre que su amigo tiene un talento muy singular: es un hombre muy perceptivo. Pero lo que no puede imaginar es cómo puede ser útil ese sentido de la percepción cuando se intenta resolver un crimen, en este caso el crimen de la Rue Morgue, sin haber sospechosos de ningún tipo ni pistas que puedan conducir a la solución. Durante un paseo nocturno por las calles de París, Dupin comienza a sorprender a su amigo, al que parece leer la mente deduciendo sus pensamientos de tal manera que enlazó un pequeño tropiezo diez minutos antes con una reflexión acerca del teatro.

Unos días más tarde, en el periódico aparece una noticia con algunos testimonios de los testigos de un extraño crimen en la Rue Morgue. El artículo recogía la información de médicos y vecinos que asistieron a una sucesión de gritos tras los que, al forzar la puerta de entrada al edificio, pudieron asistir a un horrible espectáculo que rozaba lo grotesco. Pudieron encontrar dos cuerpos horriblemente mutilados: el de la hija, que había sido introducido por el hueco de la chimenea tras haber sido estrangulada, y el de la madre, horriblemente mutilado, cuya cabeza estaba casi separada del cuerpo, cubierta de sangre y arrojado al patio desde una pequeña ventana en una de las habitaciones superiores. Tenía varios huesos aplastados y otros casi triturados. Pero, aparte de los terribles gritos que alertaron a los vecinos, no se pudo escuchar nada más claro, únicamente la voz de un francés en el piso superior. Todos coincidieron en haber escuchado una voz más, pero no pudieron descifrar lo que decía, ni la nacionalidad de quien hablaba. La casa fue hallada en el más completo desorden, por lo que la policía determinó que se trataba de un robo. Dupin, tras obtener un permiso para examinar la casa y verse en la obligación de socorrer a un amigo que estaba acusado del crimen, entra en acción, así como su método deductivo-analítico con el que consigue sorprender al público y hasta a los implicados en el crimen. Las pistas que Dupin consigue analizar son unas cuantas huellas dactilares y un mechón de pelo encontrado en la mano de una de las víctimas.

Esta historia parece en sí una guía sobre cómo debe ser un detective y cuáles son sus características y cualidades fundamentales. La base de todo análisis lógico-deductivo se centra en la observación de los hechos y en la agudeza mental. Y Dupin tiene tanto de estas características que es capaz de penetrar hasta en una mente no humana. Esta forma de trabajo influyó directamente en la novela detectivesca que comenzó a surgir a partir de aquel momento, creando personajes tales como el Sherlock Holmes de Conan Doyle, que, aunque se niega a aceptar que su personaje tenga algún parecido con Dupin, podemos observar que, en líneas generales, la obra de Poe ejerce una fuerte influencia en los escritos de Conan Doyle.

A través de las pocas páginas en las que se desarrolla este relato podemos encontrar algunos elementos muy característicos de Poe y del romanticismo que ejerció su influencia en los Estados Unidos durante el siglo XIX. Hay ciertos elementos que convierten la historia en peculiar, algunos elementos que tienen tendencia a aparecer en los escritos del romanticismo, impregnados del toque mágico y misterioso de su autor.

· La figura de Dupin encarna el espíritu bohemio junto con el narrador, quien comienza a observar las extrañezas de su amigo. Parece buscar la oscuridad, como si se sintiera más cómodo al caer la noche, y, a la luz de las velas, pasa las noches enteras de lectura y estudio de libros muy poco comunes. En la casa donde ambos se trasladan no reciben visitas de ningún tipo, ya que casi nadie sabe dónde viven, y apenas salen de casa durante el día.

· La mente humana y las capacidades que hacen de ella un objeto de estudio en torno al que gira la cultura en general. Es la época del florecimiento del hombre como un ser individual y único, lo que le lleva a hacer un estudio de sí mismo, del conocimiento del intelecto.

· Lo desconocido adquiere un carácter casi morboso, ya que es un área que roza elementos que no entendemos por medio de la razón humana, o por medio de explicación científica. Lo desconocido, lo grotesco, el horror, se convierten en algo estéticamente bello por medio de las palabras, utilizadas con precisión para crear una atmósfera de terror que influye en el lector.

Podemos observar un doble sentido dentro de la misma historia: el sentido filosófico, plasmado básicamente en el prólogo de la historia, que se convierte en un ensayo en el que se analizan los procesos mentales, y el sentido literario, es decir, la historia en sí, que combina el terror con la novela detectivesca. Tal vez puede dar la impresión de que el sentido reflexivo domina en la historia, ya que se nos presenta como excusa para escribir acerca de temas casi desconocidos para el tiempo en el que fue escrita.

jueves, 19 de febrero de 2009

La historia de una niña llamada Genie Wiley

Hay muchas historias que parecen ser irreales por la crueldad que encierran, especialmente aquellas que abrigan el sufrimiento del ser humano y, en particular, las que nos cuentan el dolor sufrido por los niños. Este caso conmocionó al mundo entero cuando se diero a conocer la historia. Se estudiaban por aquel entonces historias como las de Victor de Averyon, al que se encontró en mitad del bosque cuando contaba trece años de edad. Se comportaba como si fuera un animal, ya que se había criado desde muy pequeño con ellos; tal vez fue abandonado a su suerte o perdido por sus padres. El caso es que este chico murió y los estudios que se realizaron en torno al suceso habían abrumado a los investigadores en las décadas de los 60 y los 70.

Esta es la historia de una niña llamada Genie Wiley., que vivía en un barrio en las afueras de Los Angeles en 1970.

Genie nació el 18 de abril de 1957. Su madre era casi ciega y su padre le pegaba constantes palizas. Además, Genie tenia un hermano mayor, llamado John. Todos vivían recluidos en la casa, y, en ocasiones excepcionales, Clark, el padre de Genie, los dejaba salir.

Cuando Genie nació, no se detecto ninguna anomalía física, pero no empezó a hablar hasta los 20 meses, por lo que se temió que sufriera algún tipo de retraso mental. Por eso, y temiendo que, por su situación familiar, los servicios sociales le quitaran la custodia de su hija, Clark la encerró en una de las habitaciones de la casa que estaba casi completamente tapada. Durante trece años, Genie solo pudo ver unos cinco centímetros de luz solar. En este mismo tiempo, la única persona con la que Genie tuvo contacto fue con su padre, que acudía para alimentarla (generalmente con comida de bebe), ya que Genie no era capaz de hacer nada sola. Solia estar atada a una silla o en una jaula que el padre habia confeccionado para ella, y apenas podia caminar erguida. Le estaba prohibido emitir sonido alguno, y si lo hacia, su padre la golpeaba. Hasta que un dia, Clark se despisto y su mujer tomo a Genie y a John para ir en busca de los servicios sociales. Alli creyeron, por la estatura y la delgadez extrema que Genie presentaba, que tendría unos seis o siete años, y además, pensaron que era autista. Pero al conocerse los detalles de la historia se aviso rápidamente a la policía, que tomo de inmediato cartas en el asunto. Solamente el padre fue considerado culpable, ya que la madre, debido a su estado de ceguera casi total y a las frecuentes amenazas de su marido, poco podía hacer por Genie. El padre de Genie, el mismo día en el que se celebraba el juicio, se quito la vida de un disparo en la sien.

Rápidamente, Genie fue trasladada al Children’s Hospital, en Los Angeles. Allí se dieron cuenta de que algo mas fallaba en el caso de la niña, ya que, aparte de no comunicarse verbalmente, no podía caminar erguida y no sabia hacer cosas tales como comer sola o vestirse. Allí comenzaron los estudios de su caso: había médicos que opinaban que era inútil enseñarla a utilizar el lenguaje verbal, y había otros que opinaban que aun no era demasiado tarde para hacerlo. Uno de los médicos, la Dra. Jeanne Butler consiguió llevarla a casa para estudiarla mas a fondo. Recibía ayudas del gobierno para que Genie viviera como en su casa, e intento adoptarla, pero no lo consiguió, por lo que la niña, ante la insistencia de los médicos, que se quejaban de la Dra. Butler diciendo que quería aprovecharse de la situación, tuvo que volver al hospital, donde fue sometida a pruebas constantes. Entonces se descubrió la inactividad casi total del hemisferio izquierdo de la niña (el hemisferio en el que se hallan las principales competencias lingüísticas), que parecía atrofiado.

Poco tiempo después, los Rigler adoptaron a Genie, que aprendió a comunicarse verbalmente y por señas, pero cuatro años mas tarde se acabaron las ayudas del gobierno y abandonaron a Genie. Fue devuelta a su madre, que había recuperado algunas de sus facultades visuales tras una operación, pero volvió a darla en adopción, alegando que no era capaz de cuidarla. Seis familias la adoptaron durante este tiempo, y volvio a sufrir maltrato e incluso dejo de hablar tras ser castigada por vomitar.

En la actualidad, se dice que Genie se encuentra en una institución dedicada a adultos con varios tipos de discapacidades mentales, pero no se sabe con certeza si vive o si ha muerto. Con la paralización de las investigaciones que se estaban llevando a cabo con ella nunca se sabrá si Genie realmente sufría algún tipo de retraso mental o si los problemas con el lenguaje y la integración social fueron exclusivamente fruto de su encierro en la infancia. Si que es cierto que existe lo que se denomina el “periodo critico del aprendizaje” o el “periodo sensible”, en el que la plasticidad del cerebro de un bebe o de un niño de corta edad es mas receptivo para aprender habilidades como la del lenguaje. Una vez transcurrido ese tiempo, los esfuerzos son mucho mayores y no se obtienen los mismos resultados. Genie avanzaba bastante en el aprendizaje del léxico, pero la sintaxis se mantenía bloqueada, y por eso solo era capaz de enunciar frases como “Father hit stick big” (padre pegar palo grande) En el caso de Genie, tampoco se consiguió socializarla.

Se han escrito paginas y paginas sobre Genie Wiley y sobre otros casos de niños “ferales”, o niños que han sido, de una u otra manera, privados de contacto social en la infancia. También existe una película que se estreno en 2001, titulada “Mockingbird don’t sing”.

Hay mucha controversia con respecto a los estudios llevados a cabo con estos niños, que eran supuestamente tratados como sujetos de experimentación, como si el hecho de que no pudieran comportarse como el resto de los seres humanos impidiera de alguna manera que fueran tratados como tales. Parecía como si Genie fuera un animal o algo semejante, ya que la sometieron a estudios probablemente traumáticos, y, tal vez, aquello afectase seriamente a su integración social. En las familias por las que pasó parecía ser que el dinero que recibían como ayuda para adoptarla fuera el único motivo para que fuera recibida en el seno de tantas casas en las que estuvo. Sin embargo, los malos tratos que se sucedían eran continuos.

La experimentación con estos niños casi se ha perdido por completo por falta de pruebas que verifiquen, por ejemplo, si Genie tenía algún tipo de retraso mental, como se planteó, o si su incapacidad fue motivada única y exclusivamente por su aislamiento. Hay que tener en cuenta que las primeras impresiones, las que tuvieron sus progenitores, era de que aquella niña era retrasada porque tardó mucho más que cualquier niño en hablar.

Entre los niños ferales que a lo largo de la historia se han ido hallando, tenemos algunos ejemplos notables, como los “niños lobos” hessianos, el primer caso documentado que tuvo lugar a mediados del siglo XIV. Victor de Averyon es otro de los mas famosos, junto con Genie. Su caso seria el que inspiro la creación de personajes como Mowgli o Tarzan, aunque la realidad era bastante diferente. Al principio, Victor se comportaba como un animal, e incluso podía responder con agresiones si se sentía amenazado. Aprendió, como Genie, un poco de léxico, pero la sintaxis nunca llego a comprenderla. También se realizo una película documental sobre este caso, llamada L’enfant sauvage o El niño salvaje. Kaspar Hauser, un niño alemán de 16 años que había vivido en un zulo, es otro buen ejemplo. Tenia serios problemas de entendimiento, y respondía a todas las preguntas con un “no se”. En su caso, también existe una película, El enigma de Kaspar Hauser. Kamala y Amala fueron encontradas en la India, y fueron criadas por lobos. Amala murió poco después de ser hallada, y Kamala lo hizo 8 años después. Uno de los últimos casos que se esta estudiando es el de Rochom P’ngieng, una camboyana que, tras casi veinte años desaparecida, fue hallada al robar alimento en una población cercana a la selva.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Breve introducción a la brujería


En términos generales, la brujería es una práctica muy antigua, que se remonta a los años anteriores a la era de Jesucristo. Tiene muchas formas de nombrarse, como hechicería y magia, que consisten en producir efectos más allá de los poderes naturales. Muchas veces, la brujería ha sido comparada con el satanismo, pero no tiene nada que ver; utiliza el mismo pentagrama que la brujería pero para fines distintos, como el sacrificio de animales. En la brujería se utiliza el pentagrama como el equilibrio entre la naturaleza y el ser humano. Después de Jesucristo fueron llamados brujas o brujos a toda aquella gente que no tuviera la fe cristiana.

En la brujería se pueden reconocer diversas corrientes:

§ Neodruidismo: Es una restauración de las doctrinas, ritmos y practicas de los antiguos druidas.
§ Neopaganismo: Se trata de un movimiento de retorno al paganismo[1] que ha sido adoptado en algunos casos por movimientos de corte satánico.


LA BRUJERÍA EN LA HISTORIA

Como bien he citado anteriormente, la brujería se remonta a épocas anteriores a Jesucristo, ya desde los tiempos de la antigua Mesopotamia y Egipto. En el periodo Medieval ya estaban fuertemente vinculados con la brujería, con la que adoraban lo ritual y todo aquello que provenía de las antiguas religiones de la fertilidad.

En la actualidad hemos caído en el punto opuesto: se niega la realidad de la actividad satánica, y la brujería. En estos tiempos en los que estamos se cae muy a menudo en un error: el relativismo[2], según el cual nada es bueno ni malo, sino que depende de la opinión de cada persona.

LA CAZA DE BRUJAS

La caza de brujas también empezó en la era de los romanos; ya eran quemados en la hoguera todos los brujos y brujas que practicaban la magia. En la segunda mitad del siglo XIII se instituyó la Inquisición Papal, que comenzó a imponer cargos de hechicería. En 1275 se dió por primera vez en Toulouse el primer caso conocido de una bruja llevada a la hoguera por un inquisidor. Confesó haber dado a luz a un monstruo al que alimentaba con carne de niños, y que había sido a causa de haber tenido relaciones con espiritus malignos. En Salzburgo hubo una fuerte tendencia a prevenir la pena de muerte en acusaciones de brujería, pero en el siglo XIV algunas constituciones papales impulsaron a los inquisidores a realizar enjuiciamientos por brujería y prácticas mágicas.

En el sur de Francia fue donde más repercutió la crueldad de la Inquisición: en 1334 procesaron a 63 personas; ocho fueron quemadas en la higuera, y dos de ellas, torturadas y maltratadas, para que al final confesaran haber asistido a un aquelarre. La persecución fue muy dura en todos los países; por ejemplo, en Inglaterra y Escocia juzgaron a mas de 300 personas y, junto con ellas, a una niña que de la que supuestamente se tenían algunos “falsos testimonios” que la acusaban de brujería.

En Estados Unidos, la fiesta de “Halloween” se celebra el 31 de octubre, al ser el día en que son recordadas las historias de las brujas, en el que se disfrazan de brujas, monstruos etc...Dice la gente que es una forma de burla, pero esta tiene un deseo pagano de llenar un vacío.

En Méjico, a finales del siglo XIX, fueron quemadas dos mujeres, y en la hoguera confesaron haber asistido con otra gente a sacrificios y prácticas satánicas; solo confesaron a causa de las terribles torturas a las que se vieron sometidas, por lo que tuvieron que admitir que realizaban prácticas de este tipo.

LA BRUJERÍA EN LA ACTUALIDAD

En estos tiempos actuales se sigue practicando la brujería, y con mucha intensidad. Roma es la ciudad donde mas nombres de sectas satánicas existen, o, al menos, donde se sepa con certeza su existencia. Hay una orden Druídica fundada en 1717, llamada Druid Order, que se identifica con el Neodruidismo. Las religiones indígenas de América y los afroamericanos son los que más utilizan el Neopaganismo, otra clase de brujería que está mucho más vinculada al satanismo y a los cultos demoníacos. En el País Vasco se encuentra un proceso de juzgamiento, el primero en esas tierras: en el pueblo de Zugarramundi condenaron a 300 personas y ejecutaron a dieciocho. Se les condeno por hacer naufragar barcos; también se les acusaba de necrofagia[3] y vampirismo.

VALORACIÓN PERSONAL


Sé que a lo largo de la historia han existido muchas injusticias en torno al tema de la brujería, muchas penas de muerte. Tengo la sensación de que la gente no se da cuenta de que la brujería tiene un punto de suspense, su punto mágico. La Iglesia nos da a entender que la magia, si no es de Dios, es del Diablo. No consigo entender por qué no puede haber magia que no sea ni de Dios ni del Demonio. Como bien se sabe, hay una gran lucha entre la ciencia y la religión. ¿ No podrían estar unidos para buscar soluciones más importantes? Mi opinión en este tema es que, gracias a nuestros antepasados, se nos mostró que la magia antes era su creencia y no le tenían miedo, y después de llegar la famosísima Inquisición, que solo servía para romper familias, y dejar a niños huérfanos, no se daban cuenta de que antes existía nuestro gran Jesucristo. En toda la larga historia de la humanidad, si nos paramos a pensar en la palabra Inquisición, parece que todos los dictadores de la historia puedan ser llamados inquisidores. ¿Acaso habrán pensado que pueden con todo? La gente cree en lo que ve, en lo material. He intentado imaginarme muchas veces el porqué de los crímenes de los inquisidores y el hecho de que solo juzgaran a mujeres. Tal vez tuviera alguna relación con el mito de Adán y Eva: la mujer es la personificación del mal y la que es tentada por el demonio. Adán solo es una mera víctima de Eva, por lo que, en el Antiguo Testamento el peso de la culpa lo lleva siempre la figura femenina.

La historia nos ha enseñado que había brujas y brujos; ambos cumplían la misma función y solo juzgaban a brujas. Tengo la ligera impresión de que estos inquisidores tenían miedo de que les quitaran a su Dios, que sin él, el ser humano no saldría adelante. Yo, como católico que soy, sé que Jesús era un enviado de Dios, pero si nos paramos a pensar detenidamente nos podemos plantear las siguientes cuestiones: ¿No hacía magia también? ¿Por qué no le llamaron brujo? No terminaría nunca de escribir sobre este tema, pero la ultima conclusión la dejo a la merced de los lectores.



[1] Según la DRAE el Paganismo es la religión de los gentiles o paganos.
[2] Según la DRAE el Relativismo es la doctrina según la cual la realidad carece de sustrato permanente y consiste en la relación de los fenómenos.
[3] Según la DRAE Necrofagia es la acción de comerse los cadáveres y la carroña.

Una rosa para Emily

William Faulkner (1897-1962)


Este relato de Faulker está inspirado en la decadencia de los pueblos del sur de América. La máxima protagonista y el núcleo central de la historia es indudablemente la señorita Emily, con la que Faulkner nos muestra su visión decadente de la sociedad sureña. William Faulkner nació en el estado de Mississippi, por lo que muchas de sus obras contienen ese mismo sentimiento sureño del que hablamos, y que podemos experimentar leyendo este relato. Hay algunos personajes, como el coronel Sartoris, que aparecen en otros relatos y novelas, reproduciendo de esta manera personajes y ambientes que se considerarían carácterísticos del autor.


I
Cuando la señorita Emily Grierson murió, nuestra ciudad entera asistió a su funeral; los hombres, con una especie de respetuosa devoción hacia un monumento caído, las mujeres, en su mayoría, animadas por la curiosidad de ver el interior de su casa, que nadie había visto en al menos diez años, salvo un viejo sirviente que hacía las veces de cocinero y jardinero.

Era una casa construída como un gran armazón cuadrado y pesado, que había sido una vez blanca, decorada con cúpulas, capiteles, volutas y balcones construídos con el pesado exceso del siglo diecisiete, situada en la que una vez habia sido nuestra calle más distinguida. Pero los garajes y las fábricas de algodón habian invadido y arrasado incluso la memoria de los augustos nombres de aquel vecindario. Tan solo quedaba la casa de la señorita Emily, alzando su pertinaz y coqueto deterioro sobre los carros de algodón y los surtidores de gasolina (una monstruosidad entre monstruosidades). Y ahora la señorita Emily se habia ido para reunirse junto a los representantes de aquellos augustos nombres que reposaban en el sombreado cementerio, entre las tumbas alineadas y anónimas de los soldados de la Unión que habían caído en la batalla de Jefferson.

Mientras vivía, la señorita Emily habia sido una tradición, un deber, y una obligación: una especie de obligación hereditaria para la ciudad, que se remontaba a aquel día en 1894, cuando el coronel Sartoris, el alcalde – el que originó el edicto en el que se proclamaba que ninguna mujer negra podia aparecer por la calle sin un delantal –, le eximió de pagar los impuestos. La exención databa de la muerte de su padre y fue posteriormente otorgada a la perpetuidad. Como la señorita Emily no hubiese aceptado limosna, el coronel Sartoris inventó un cuento, al efecto de que el padre de la señorita Emily había prestado dinero al pueblo, con el cual se pagaban las deudas contraídas. Solo un hombre de la generación y del carácter del coronel Sartoris podía haberlo inventado, y solo una mujer como la señorita Emily podría haberlo creído.

Cuando los representantes de la siguiente generación, con ideas mucho más modernas, se convirtieron en alcaldes y regidores, este acuerdo creó un pequeño descontento. A primeros de año le enviaron por correo un aviso de pago de impuestos. Llegó febrero, y no hubo respuesta. Le escribieron una carta formal, pidiéndole que llamara a la oficina del sheriff cuando pudiera. Una semana más tarde, el alcalde le escribió personalmente, ofreciendo ir personalmente a su casa o enviar su coche para recogerla, y recibió como respuesta una nota en un papel que tenía una forma arcaica, escrito en una delgada, fluída caligrafía en tinta descolorida, comentándole que nunca salía de casa. Así que, sin más comentarios, se archivó el aviso de pago de impuestos.

Se convocó una reunión especial de la junta de regidores. Enviaron a una delegación para que fuera a hablar con ella. Así fue como se reunieron y llamaron a la puerta, a través de la que ningún visitante había pasado desde que la señorita Emily dejó de dar clases de pintura china, ocho o diez años antes. El viejo negro les recibió en un oscura entrada desde la que unas escaleras subían a un lugar incluso más sombrío. En aquel lugar olía a polvo y a cerrado, un olor cargado, frío y húmedo. El negro los guió hacia el vestíbulo, que estaba decorado con pesados muebles tapizados de cuero. Cuando el negro descorrió las persianas de una de las ventanas, pudieron ver que el cuero estaba agrietado, y cuando se sentaron, una ligera capa de polvo se levantó lentamente sobre sus muslos, flotando las pequeñas motas perceptibles en el único rayo de sol que se filtraba por la ventana. En un marco deslucido, situado sobre la chimenea, había un retrato hecho a lápiz del padre de la señorita Emily.

Todos se levantaron cuando ella entró: una mujer pequeña, gruesa y vestida de negro, con una pesada cadena que le colgaba del cuello y bajaba hasta su cintura y se perdía en el cinturón, que se apoyaba en un bastón de ébano con la empuñadura de oro desgastada. Su osamenta era pequeña y enjuta; esto podía ser la razón por la que, lo que en cualquier otra mujer podría haber sido simplemente un poco de volumen, en ella era obesidad. Parecía abotargada, como un cuerpo que hubiera estado totalmente sumergido en aguas estancadas, y tenía una palidez extrema. Sus ojos, enterrados bajo las abultadas protuberancias de su cara, parecían dos pequeñas piezas de carbón comprimidas en un bulto de masa cuando su mirada pasaba de un visitante a otro mientras que le exponían el motivo por el que habían ido.

No les pidió que se sentaran. Simplemente se quedó en la puerta y escuchó, silenciosamente, hasta que el portavoz terminó de exponer la situación. Después pudieron escuchar el tictac del reloj invisible que pendía de su cadena de oro oculto bajo el cinturón.

Su voz era seca y fría.

- No tengo que pagar impuestos en Jefferson. El coronel Sartoris me lo explicó. A lo mejor alguno de ustedes puede pedir que alguien del Ayuntamiento les explique y allí les informarán de lo que deseen.

- Pero lo hemos hecho. Somos las autoridades del Ayuntamiento, señorita Emily. ¿No recibió un aviso del sheriff, firmado por él?

- Recibí un papel, sí -dijo la señorita Emily. - A lo mejor él se considera el sheriff... No tengo que pagar impuestos en Jefferson.

- Pero no hay nada en los registros que prueben eso, puede comprobarlo usted misma. Tenemos que ir al...

- Vayan a ver al coronel Sartoris. No tengo que pagar impuestos en Jefferson

- Pero, señorita Emily...

- Vayan a ver al coronel Sartoris (el coronel Sartoris llevaba por lo menos diez años muerto). No tengo que pagar impuestos en Jefferson. ¡Tobe!- exclamó, y acto seguido el negro apareció -. Acompaña a estos caballeros a la salida.


II

De esta manera venció a los regidores, tal y como había vencido a sus padres treinta años antes, con aquel asunto del olor. Eso ocurrió dos años después de la muerte de su padre y poco después de que su prometido - el que pensábamos que se casaría con ella – la hubiera abandonado. Tras la muerte de su padre salió muy poco; después de que su prometido desapareciera, la gente apenas la veía. Unas pocas mujeres tuvieron la osadía de llamar a su puerta, pero no fueron recibidas, y la única señal de vida en aquella casa era el hombre negro – un hombre joven por aquel entonces – que entraba y salía con la cesta del mercado.

- Como si un hombre – cualquier hombre –, pudiera mantener una cocina limpia-, decían las mujeres; por eso no se sorprendieron cuando comenzaron los olores. Era otra especie de conexión entre el mundo flagrante y abarrotado y los notables y poderosos Grierson.

Una vecina de la señorita Emily fue a quejarse al alcalde, el juez Stevens, que contaba entonces ochenta años.

- ¿Pero qué quiere que haga yo con esto, señora?- dijo el alcalde.

- ¡Caray! Pues envíele una orden diciéndole que lo remedie- dijo la mujer. -¿Es que no hay una ley?

- Estoy seguro de que no será necesesario-, dijo el juez Stevens.- Seguramente es solo una serpiente o una rata que ese negro suyo ha matado en el patio. Lo hablaré con él.

Al día siguiente recibió dos quejas más, una de un hombre que fue con sus protestas, pero parecía estar poco seguro de sí mismo.

- Realmente necesitamos hacer algo al respecto, señor juez. Sería el último en el mundo en molestar a la señorita Emily, pero tenemos que hacer algo.

Aquella noche la junta de regidores se reunió: tres ancianos y un hombe más joven, un miembro de la nueva generación .

- Es bastante sencillo- afirmó el más joven. - Díganle que limpie su casa. Dénle un tiempo para que lo haga, y si no lo hace...

- ¡Caray, señor! - dijo el juez Stevens - ¿Acusaría usted a una señora en su cara de oler mal?

Así que, a la noche siguiente, después de dar las doce, cuatro hombres cruzaron por el césped del jardín y se deslizaron a hurtadillas hacia la casa, como ladrones, husmeando alrededor de la base del enladrillado y las aberturas del sótano, mientras uno de ellos, que portaba un saco a sus espaldas, metía y sacaba la mano del saco en un acompasado movimiento, como si estuviese sembrando. Forzaron la puerta del sótano y esparcieron cal allí, y en todos los alrededores del edificio. Cuando hubieron terminado y volvieron a cruzar el jardín, la luz de una ventana que había estado a oscuras se encendió y, tras ella, se podía ver a la señorita Emily, con su erguido torso inmóvil como si fuera un ídolo. Se deslizaron sigilosamente por el jardín y por las sombras de las acacias que flanqueaban la calle. Tras una semana o dos el olor desapareció.

Entonces fue cuando la gente comenzó a sentir compasión de verdad. La gente del pueblo, recordando cómo la anciana señora Wyatt, su tía abuela, había terminado por volverse completamente loca, comenzó a creer que los Grierson se tenían un poco por más de lo que realmente eran. Ninguno de los jóvenes del pueblo era lo suficientemente bueno para la señorita Emily. Habíamos representado imaginariamente a la familia Grierson durante mucho tiempo como un cuadro: al fondo, la señorita Emily, una figura esbelta vestida de blanco; su padre como una silueta en primer plano, tras ella, sosteniendo con firmeza un látigo, ambos enmarcados por la puerta de entrada a la casa. Así que, cuando llegó a los treinta y seguía aun soltera, no es que estuviéramos exactamente contentos, sino más bien experimentábamos un sentimiento de dulce venganza. Incluso con una enfermedad mental en la familia, a la señorita Emily no le hubieran faltado pretendientes, si no los hubiera rechazado de esa manera...

Cuando su padre murió, le costó hacerse a la idea de que le había dejado toda la casa y en la ruina, y a su manera, la gente estaba contenta: al menos podían sentir compasión por la señorita Emily. Cuando se quedó sola y pobre, se humanizó para el resto del pueblo. Ahora, ella también aprendería los antiguos temores y la desesperacion de tener un céntimo de más o de menos.

El día después de la muerte de su padre, todas las señoras se prepararon para llamar a su casa y ofrecer sus condolencias, así como para ayudarla, como es nuestra costumbre. La señorita Emily las recibió en la puerta, vestida como siempre y sin muestra alguna de dolor en su rostro, y les dijo que su padre no había muerto. Se mantuvo en esta actitud durante tres días, a pesar de que la llamaban los ministros de la Iglesia y los médicos, tratando de persuadirla para que pusieran disponer el cuerpo del difunto.

No dijimos que estuviera loca entonces. Pensamos que no tuvo más remedio que hacerlo. Recordamos a todos los hombres que su padre había echado, y supimos que, sin nada en los bolsillos, habría tenido que aferrarse a los mismos que, en otros tiempos habría despreciado, como todo el mundo haría.


III

Estuvo enferma durante mucho tiempo. Cuando la volvimos a ver, se había cortado el pelo, lo que le hacía aparentar casi una niña, con una vaga semejanza a aquellos ángeles que decoran las vidrieras de las iglesias; tenía en su expresión una especie de mezcla entre lo trágico y la serenidad.

Por entonces, el pueblo acababa de firmar los contratos para pavimentar las calles, y en el verano siguiente a la muerte de su padre comezaron las obras. La constructora vino con negros, mulas y maquinaria, y al frente de todo, un capataz llamado Homer Barron, un yanqui grande, moreno y dispuesto, con un tremendo vozarrón y unos y ojos más claros que su rostro. Los chavales del pueblo solían seguirle en grupos, para escucharle despotricar a los negros, mientras negros cantaban al tiempo que levantaban y dejaban caer los picos. En muy poco tiempo, Homer Barron conocía a toda la gente del pueblo. Dondequiera que se escuchase un montón de gente que reía en el pueblo, seguro que Homer Barron estaba en medio del grupo. Por aquel entonces, comenzamos a verle con la señorita Emily los domingos por la tarde, dando un paseo en la calesa de ruedas amarillas o en un par de caballos de alquiler.

Al principio nos alegramos al ver que la señorita Emily pudiera tener algún interés, porque todas las señoras decían: “Por supuesto que una Grierson no podría pensar seriamente en un norteño, un jornalero cualquiera.” Pero aún había otros, gente mayor, que decían que incluso el dolor no podía hacer que una señora de verdad olvidase el noblesse oblige, por supuesto, sin llamarlo noblesse oblige. Se limitaban a decir:

- ¡Pobre Emily! Debería recordar a sus parientes.

Tenía algunos parientes en Alabama, pero años antes, su padre había tenido una discusión con ellos a causa del estado de la anciana señora Wyatt, la mujer que se volvió loca, y no había comunicación alguna entre las dos familias, de tal modo que ni siquiera había ido ninguno de ellos en representación al funeral de su padre.

Y tan pronto como los ancianos decían: “¡Pobre Emily!”, los cuchicheos comenzaron. “Creéis que de verdad es eso?”, se decían unos a otros. “¡Por supuesto que sí! ¿Qué más podría...?” Y para hablar de ello se colocaban las manos cerca de la boca, tras las ventanas que se entornaban para evitar el feroz sol del domingo, cuando podían escuchar el débil y veloz clop-clop-colp de los caballos pasando. Entonces, tras un rumor de sedas y satenes, las señoras exclamaban: “¡Pobre Emily!”

Sin embargo, la señorita Emily llevaba la cabeza bien alta, incluso cuando pensamos que tenía razones de sobra para sentirse humillada. Era como si exigiera entonces más que nunca el reconocimiento de su dignidad como el último de los Grierson; como si tuviera la necesidad de aparentar ese toque de franca llaneza para reiterar su inmunidad. De la misma manera que cuando compró el veneno para las ratas, el arsénico. Eso ocurrió alrededor de un año después de que hubieran empezado a decir: “¡Pobre Emily!”, y mientras sus dos primas estaban de visita en su casa.

- Quiero un poco de veneno - le dijo al droguero. Tenía entonces unos treinta años, aunque todavía era una mujer esbelta, aunque más delgada de lo normal, con una mirada fría, oscura y altiva, que brillaba en un rostro en el que la carne estaba tensada en las sienes y en las cuencas de los ojos, como la expresión de alguien que se veía obligado a mirar la luz de una farola.

- Quiero un poco de veneno - le insistió.

- Sí, señorita Emily. ¿De qué tipo? ¿Para ratas y eso? Le recomenda...

- Quiero el mejor que tenga. No me importa de qué tipo.

El droguero le nombró varios.

- Matarían incluso a un elefante. Pero lo que usted quiere es...

- Arsénico.

- ¿Es....arsénico? Sí, señorita. Pero qué es lo que usted quiere exactamen...

- ¡Quiero arsénico!

El droguero la miró de arriba abajo. Ella le devolvió la mirada, rigida, con el rostro tenso como una bandera.

- ¡Vaya, por supuesto!- dijo el droguero. - Si eso es lo que quiere... Pero la ley exige que diga para qué lo va a utilizar.

La señorita Emily, ahora con la cabeza alzada, mantenía sus ojos clavados en el droguero, hasta que él apartó la mirada, entró y cogió el arsénico y lo envolvió. El chico negro de los recados le trajo el paquete; el droguero se metió en la trastienda y no volvió. Cuando abrió el paquete en casa vio que en la caja, bajo una calavera y unos huesos, estaba escrito: “Para ratas”.


IV

Así que, al día siguiente, todos comenzamos a preguntarnos: “¿Se irá a suicidar?”, y dijimos que sería lo mejor. Cuando se la había empezado a ver con Homer Barron, habíamos pensado: “Se casará con él”. Después dijimos “A lo mejor, a él incluso le conviene”, porque Homer, él mismo, había recalcado (le gustaban los hombres, y se sabía que bebía mucho en compañía de los hombres más jóvenes del pueblo en el Club Elks) que no era un hombre casamentero. De nuevo dijimos: “¡Pobre Emily!”, cuchicheando tras las vidrieras, mientras los veíamos pasear en las tardes de domingo en la calesa reluciente: la señorita Emily con la cabeza alta, y Homer Barron con su sombrero de tres picos y un puro en los dientes, arneses y fusta en las manos cubiertas con guantes amarillos.

Un tiempo más tarde, algunas de las señoras empezaron a decir que era una desgracia para el pueblo y un mal ejemplo para la gente joven. Los hombres no querían entrometerse, pero al final las mujeres obligaron al ministro baptista (la gente del entorno social de la señorita Emily era episcopal) a avisarla. Nunca revelaría qué ocurrió durante aquella entrevista, pero rechazó volver de nuevo a aquella casa. El domingo siguiente a la visita del ministro, la señorita Emily y Homer Barron volvieron a pasearse por las calles, y al día siguiente la mujer del ministro escribió a los familiares de Alabama de la señorita Emily.

Así que, teniendo a algunos parientes bajo su techo de nuevo, nos cruzamos de brazos para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Al principio no ocurrió nada. Después, estuvimos seguros de que estaban a punto de casarse. Nos enteramos de que la señorita Emily había estado en la joyería y había pedido un juego de baño para hombre en plata, con las iniciales H.B. en cada pieza. Dos días más tarde, también supimos que había comprado un conjunto completo de ropa de hombre, incluyendo una camisa de noche, y dijimos: “Se van a casar”. Estabamos muy contentos. Estabamos contentos porque las dos primas que se alojaban en la casa de la señorita Emily eran más Grierson de lo que la señorita Emily había sido nunca.

Así que no nos sorprendimos cuando Homer Barron (las calles se habían terminado hacía un tiempo) se fue. Estábamos un poco desilusionados porque no había sido una noticia pública, pero creímos que se había marchado para prepararse para la llegada de la señorita Emily, o para darle la oportunidad de quitarse de encima a las primas. Por aquel entonces esto era una especie de conspiración, y todos éramos los aliados de la señorita Emily para burlar a sus primas. Efectivamente, tras una semana, las primas partieron. Y, tal y como habíamos esperado todos, en tres días, Homer Barron volvió al pueblo. Un vecino pudo ver al hombre negro recibiéndolo por la puerta de la cocina al caer una tarde.

Y esa fue la última vez que vimos a Homer Barron. Y a la señorita Emily durante un tiempo. El hombre negro entraba y salía con la cesta del mercado, pero la puerta principal permanecía cerrada. Algunas veces podíamos verla en una ventana por unos momentos, como los hombres que esparcieron la cal, pero durante casi seis meses no apareció por las calles. Después, comprendimos que esto era de esperar también, como si el carácter de su padre, que había arruinado la vida de su madre tantas veces, hubiera sido demasiado virulento y demasiado feroz como para morir con él.

Cuando volvimos a ver a la señorita Emily, había engordado y su cabello se estaba encaneciendo. Durante los siguientes años, este color grisáceo se fue acentuando progresivamente, hasta que alcanzó casi un tono gris plomizo intenso, cuando dejó de colorearse. Hasta el día de su muerte, era todavía de aquel vigoroso gris plomizo, como el cabello de un hombre de mediana edad.

Todos aquellos años la puerta principal permaneció cerrada, salvo durante un periodo de seis o siete años, cuando debía tener cuarenta años, durante los que impartió clases de pintura, a las que asistían las hijas y las nietas de los contemporáneos del coronel Sartoris, con la misma regularidad y el mismo espíritu con el que eran enviadas a misa los domingos con una moneda de veinticinco céntimos para la bandeja de la colecta.

Mientras tanto, sus impuestos se le habían perdonado.

Después, la nueva generación se convirtió en la espina dorsal y el espíritu del pueblo, y las estudiantes de pintura crecieron y la generación cayó en declive; no volvieron a mandar a sus hijas con las cajas de colores, tediosos pinceles y pinturas recortadas de las revistas de señoras. La puerta principal se cerró tras la última de esas niñas, y permaneció cerrada para siempre. Cuando en el pueblo se comenzó a utilizar el envío postal, solo la señorita Emily se negó a permitir que le colocasen los números metálicos encima de su puerta y que colgasen un buzón en ella. No les escucharía de ninguna manera.

Día a día, mes a mes, veíamos al negro encanecerse y encorvarse más y más, mientras entraba y salía de la casa con la cesta del mercado. Cada mes de diciembre le enviábamos el recibo de los impuestos, que sería devuelto a la oficina de correos una semana después, en el mismo sobre y sin reclamar. Algunas veces la veríamos en una de las ventanas de la planta baja (evidentemente, había cerrado la planta alta de la casa), como si fuera el torso tallado de un ídolo en un nicho, mirándonos o no mirándonos, no podríamos decir qué. De este modo, pasó de generación en generación: respetable, ineludible, serena y obstinada.

Y así murió. Enfermó en aquella casa llena de polvo y sombras, con solo aquel hombre negro chocho atendiéndola. Ni siquiera supimos que estaba enferma; habíamos abandonado la idea de intentar sacarle información al negro hacía mucho tiempo. No hablaba con nadie, probablemente ni siquiera con la señorita Emily, puesto que su voz se había vuelto áspera y ruda, como si fuera por el desuso.

Ella murió en una de las habitaciones de la planta baja, en una sólida cama de nogal con cortinas; su cabeza gris apoyada en una almohada amarillenta y mohosa por el paso del tiempo y la falta de luz.


V

El negro recibió a las primeras señoras en la puerta principal, y las dejó pasar con sus voces sibilantes en voz baja y sus miradas rápidas que curioseaban todo, y después desapareció. Caminó hacia la casa, dirigiéndose hacia la parte trasera, y no se le volvió a ver nunca más.

Las dos primas vinieron inmediatamente. Dispusieron el funeral para el día siguiente, y allí fue el pueblo para contemplar a la señorita Emily bajo montones de flores que habían comprado, y con el retrato dibujado a lápiz de su padre, cavilando profundamente, colocado sobre el féretro, y las dos señoras sibilantes y macabras. Los hombres más mayores – algunos con sus uniformes cepillados de los confederados – permanecían en el porche y el jardín, hablando de la señorita Emily como si hubiera sido una de sus contemporáneas, creyendo tal vez que la habían cortejado y bailado con ella, confundiendo el tiempo en su progresión matemática, como muchos ancianos hacen, para los que todo el pasado no es una calle que se fuera estrechando, sino más bien como si fuera una inmensa pradera sobre la que el invierno apenas tiene efecto, separados de las nuevas generaciones por las estrechas uniones de la última década.

Ya sabíamos que había una habitación en aquella zona que estaba al subir las escaleras, que nadie había visto en cuarenta años, y cuya puerta tendría que ser forzada. Sin embargo, esperaron hasta que la señorita Emily estuviera descansando en su tumba antes de abrirla.

La violencia al romper la puerta parecía llenar esta habitación con un polvo que lo invadía todo. Una ligera y acre sensación de mortuorio o de tumba parecía descansar en todos los rincones de esta habitación, engalanada y amueblada como si fuera una cámara nupcial: sobre las cortinas de cenefa de un rosa desvaído, sobre las sombras de color rosado, sobre el tocador, sobre la exquisita lámpara de cristal en forma de araña y los utensilios de aseo masculinos en plata oxidada, una plata tan oxidada que el monograma con el que estaban marcados estaba muy oscurecido. Entre ellas reposaba un cuello y la corbata, como si se los acabaran de quitar, que, cuando los levantaron, parecían resplandecer en medio del polvo que lo inundaba todo. Sobre una silla estaba colgado un traje de hombre, cuidadosamente doblado; bajo la silla, el par de zapatos y la muda de calcetines.

El hombre yacía en la cama.

Durante un largo momento nos limitamos a permanecer allí, mirando atentamente aquel gesto profundo y descarnado. Aparentemente, el cuerpo había yacido en posición de abrazo, pero ahora el largo sueño que sobrevivía al amor, que vence incluso al amor, le había sido infiel, aniquilándole. Lo que quedaba de él, pudriéndose bajo lo que otrora había sido la camisa de noche, se había vuelto inseparable de la cama en la que yacía. Sobre él, y sobre la almohada que estaba tras él, permanecía aquello que parecía el revestimiento del denso y tenaz polvo.

Después, nos dimos cuenta de que en la segunda almohada se podía percibir la hendidura de una cabeza. Uno de nosotros levantó algo que había sobre ella, y al aproximarnos un poco más, impregnándose aquella tenue e invisible sequedad polvorienta y acre en nuestras fosas nasales, pudimos ver una larga hebra de pelo gris plomizo.

Texto traducido por Windumanoth.
Este texto pertenece a la redacción de El espejo maldito. Por favor, si quiere utilizarla, póngase en contacto con nosotros en elespejomaldito@gmail.com

sábado, 14 de febrero de 2009

Saludos a todos los lectores de El espejo maldito

Actualmente estamos en proceso de construcción, con lo cual se nos hace imposible actualizar la página durante estos días. Tenemos previstas varias actividades, una de ellas sería un concurso de relatos cortos. También estamos organizando una sección de artículos que puedan ser del agrado de nuestros lectores.

Para cualquier duda, escriban a elespejomaldito@blogspot.com

Un saludo

Redacción de El espejo maldito.

jueves, 12 de febrero de 2009





martes, 10 de febrero de 2009

El monte de las ánimas (por Bécquer)

La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que vinistes a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atencion. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte acaso.
-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche.... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón
y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la media roche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas; tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogánito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.