Las sombras abren sus fauces. Un grito se ahoga tras la negra mano carnívora que brota salvajemente desde el útero de la oscuridad. El reflejo de la hoja del alma blanca del arma miente. La carne cede. Se deja matar sin lucha, casi con hastío ante la violencia incontrolable del cuchillo, que se hace paso, lentamente, como si respetuosa solicitase permiso. Los jirones de ropa calman el cráter de la herida, mientras el cuchillo se despide con sus fríos labios de su carne amada. La sangre queda trémula, confusa como la propia víctima. La muerte, en cambio, es vieja y, por tanto, paciente. Testigo, espera que el brazo que blande el arma recite las últimas pinceladas de su arte. La enguantada mano mordida, cubierta de saliva y miedo, se retira una vez que consigue domar los últimos estertores. El cuerpo inerte busca la tierra, ansía su descanso. Representando la escena final de una coreografía cae con majestuosidad, con un deje de altanería. Se desparrama infinitamente por el suelo. Pretende abarcarlo por completo en su último abrazo. Es una isla que va siendo devorada por la incontinencia de la sangre caprichosa que avanza sin tutor. El dulzor viscoso que brota de la herida conquista cada palmo del denso ambiente que envuelve la escena. Un último vistazo sirve para asegurar que no se han extraviado ninguno de los bártulos. Apenas han transcurrido un puñado de segundos. Ni un solo gemido que reprocharse. Unos pasos monocordes que se alejan van siendo devorados por las fauces de la recién instalada dictadura del silencio.
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Dar la muerte no supone en todos los casos quitar la vida. Mi ocupación es parecida a la del silencioso funcionario que cumple con su oficio, rodeado de documentos infinitos, sin llegar a plantearse el rumbo mediato de éstos. Mi labor, por tanto, es la de ejecutar. El azar elige la víctima, perezosa la coloca en mi camino. El cuerpo de mujer madura que acarrea bolsas, el cuerpo de anciano que distraído se detiene ante unos escaparates, el cuerpo de niño desorientado. No existe ningún tipo de discriminación, de viento que oriente previamente mi intención. Son meros conjuntos de huesos, músculos, tendones, órganos y piel; con la única diferencia con respecto a los que atestan los cementerios, que se descomponen con mayor lentitud. Son cuerpos vacíos de historia, por tanto sin vida. La vida existe tras de mí con la luz que alcanza a la sucesión de miserias, de manías, de temores, de cicatrices vitales que arrastra un cuerpo. Es a partir de entonces, cuando dar la muerte podría considerarse un asesinato. Nunca antes. Al fin y al cabo, dar la muerte no es más que el oficio cuya cronología es más extensa.
A veces, en el sosiego que irradian las paredes de la casa, dejo caer la mirada en el espejo, esperando encontrar el rostro oscuro de un asesino, la mirada sin piedad del portador de la muerte, retazos de esa barba rala que estigmatiza a los desheredados. Quizá vislumbrar un remordimiento, algo similar a la zozobra haciendo mella en lo más profundo de mis entrañas como un pozo negro cuyo grito resultara imposible calmar. Es lo que debería. En cambio, la imagen que me escupe el espejo es a priori decepcionante. Tan sólo me permite hallar los retazos grises de mi vida, como la vida de un cualquiera. Sin duda, un uno más. A pesar de ello, con una visión desapasionada y ajena al romanticismo de mi labor, ha de reconfortarme encontrar esa imagen de hombre mediocre, de aquél que podría sumergirse en las mansas y grises aguas de la multitud. Saberme ajeno al perfil arquetípico del asesino deja en evidencia que la única falta a la que me enfrento es la que resulta de conseguir adelantar el reloj que ordena el tiempo de mis víctimas. Mi credo encuentra la confirmación que nunca ha necesitado. Esos cuerpos seguirán pululando tras de mí en esa nada a la que irremediablemente pertenecen.
Mi temor a la policía es el del alumno ante el maestro que lo examina del mismo examen una y otra vez. He llegado a limitar mi preocupación a cuidarme de dejar oculta cualquier tipo de prueba que permitiera probar mi participación en la muerte de alguna de mis víctimas. A causa de mi dilatada carrera, he comprobado que las pesquisas policiales son estrictamente procedimentales, rudos manuales, guías turísticas de la escena de un delito. Los investigadores se dirigen, como bestias incapaces de deshacerse de sus anteojeras, al círculo social que abarca a familiares y personas más allegadas al cadáver. Un compañero de trabajo, una amante, un vecino, un socio; todos creemos poseer guardados en lo más recóndito del congelador diversas causas para querer ver al prójimo pudrirse cubierto de tierra y musgo. El sabueso se dirige al móvil que les empuja a actuar y con el que violan los principios su propia moralidad. A veces, el propio apasionamiento con que se ejecuta el asesinato es el principal orificio por el que se filtran las pruebas incriminatorias. Una mano que tiembla, un cuchillo que se pierde entre las vísceras, un ensañamiento que se prolonga para consumir ese tiempo límite con el que contamos, un grito de rabia que alerta a algún vecino. Escasas son las ocasiones en que un ladrón de poca monta, presa de nervios indómitos o ante un ruido imprevisto, finaliza su trabajo dejando a su víctima malherida en su impetuosa huida. Al contrario, los neófitos en este arte suelen incurrir en la simulación del robo como medio de camuflaje del móvil fidedigno del delito; sin percatarse, de que a su vez, exponen al ojo pericial una serie de pruebas que podrían considerarse absolutamente irrefutables.
En caso de que los pertinentes investigadores no llegaran a toparse con un móvil medianamente veraz, tantean, casi dando palos de ciego, el modus operandi del asesino. Lograr su boceto puede proporcionar elementos reconocibles en la forma de actuar, y asimismo, alcanzar a separar algo de paja, para lograr, de este modo, llegar a intensificar la investigación sobre alguno de los sospechosos que previamente se han determinado. Sin embargo, para conseguir cercar al ejecutor han de encontrar, al menos, una prueba que facilite la relación en la implicación, un fallo en ese sistema pluscuamperfecto que ha de ser la muerte. Y es entonces, cuando se alcanza la deseada última pieza del puzzle. En las últimas lecciones del manual perfecto del investigador es ahora cuando el implicado se derrumba delatándose o intentado deshacerse de esa reliquia que es la compañía del arma ejecutor. Facilitando de esta manera, pobre inocente, las labores de los perros de presa policiales. Eso es lo que podría llamarse un trabajo bien realizado, que sin duda bien merece recibir la palmadita en el hombro de su superior jerárquico.
En mi caso no existe móvil que encauce una actuación delictiva. Mi encargo se limita a una serie de víctimas desconocidas que el azar pone a mi disposición. Como usted doctor, quien en su primera visita, crea una historia médica mientras teclea absorto, dejando vislumbrar en las cansadas bolsas de sus ojos, un atisbo de repulsa ante la revelación que le hace un paciente, carente de cualquier tipo de patología psiquiátrica y cuyo nombre, a estas alturas, debe presumir que es ficticio. Como usted, doctor.
13 comentarios:
Con el debido respeto, éste escrito es una especie de reflexión sobre la muerte pero nunca un relato. Está muy bien escrito en lo que respecta a sintaxis, coherencia y elementos de la narrativa, pero no hay una historia con un principio, desenlace y final.
Desconozco cuáles eran los criterios de los jueces, pero lo que tenemos aquí delante es prosa poética adornada de auto reflexión.
Un saludo.
¿Y dónde esta la historia? Quiero un relato no un soliloquio :S
Supongo que cada uno escribe lo que más le apetece, y qué duda cabe que el autor de este relato lo ha mimado mucho... está muy bien escrito, pero no sé muy bien por qué no me llena. Tal vez porque sea más un monólogo, precioso, eso sí, que un relato...
Relato que rezuma poesía, con excelente dominio de la palabra.Autoexploración de una actitud frente a la vida, frente al trabajo,rendición, abatimiento, justificado por extensión, el poeta, porque es un poeta, no ha rebuscado más en sí mismo.
Enhorabuena.
Un relato en primera persona, con una mirada fuera-dentro-fuera que no pierde fuerza por su impecable escritura ni porque en algún momento asome la poesía - poesía ajena a las rosas en papel celofán-.
Felicidades
Inma BabiaS
No se puede negar que está bien escrito, pero no era lo que me esperaba en un concurso de RELATOS
Antes que nada, manifestar que me parece un relato muy bien redactado.
En segundo lugar, me resulta bastante interesante en cuanto a la técnica utilizada del monologo del protagonista: reflexivo, interno a primera vista pero que al final se descubre al lector que no es tal, sino que se habla a un interlocutor (la inminente víctima, el doctor).
Respecto a la opinión de los demás, la respeto profundamente aunque no consigo comprender la fijación de querer encontrar en un concurso de relatos historias que coincidan con la idea (algo rígida y no abierta a novedades)que previamente se han hecho sobre lo que iban a encontrar: el esquema tradicional (y algo manido) de planteamiento, nudo y desenlace.
La escritura es libre, y en este monólogo se pueden apreciar pinceladas que dejan ver partes de un relato tradicional en pequeñas dosis (primero describiendo un asesinato con un magistral y cuidado estilo poético y al final hablando al doctor, se nos esboza un desenlace en el que nuestro protagonista está a punto de cobrarse una nueva víctima).
No se narra una historia lineal, clara, que permita un seguimiento fácil. Se dejan unas pistas a través de las cuales se permite al lector entrever, deducir, aventurarse, descubrir y reconstruir la trama y los mencionados (aunque velados) planteamiento, nudo y desenlace.
Me ha parecido una idea brillante enfocar así el relato, y le da un toque de frescura el romper la estructura arquetípica del relato.
Me despido recordando a los decepcionados que el genial relato de Edgar Allan Poe "El corazón delator" es también un monólogo de un psicopata que al final termina en una confesión a la policía. Aunque supongo que si uno se llama Edgar Allan Poe no se verá mal el romper las reglas, sino que se juzgará con una actitud más abierta y flexible.
Mi enhorabuena al autor y un saludo a todos.
Hombre no comparemos con Allan Poe por el amor de Dios ¡¡
He de decir que estamos muy satisfechos con las críticas (constructivas) de los relatos. A algunos les puede parecer malo, a otros bueno... Pero siempre está bien que el autor sepa por qué nos gusta y por qué no. Al menos, cuando yo escribo me gustan las críticas, porque así mejoramos todos un poquito más cada día. También quería comentar que este relato, hablando como lector, me llegó bastante, sobre todo al final. No hay más que leer a Lovecraft, cuyos relatos parecen tan abigarrados de términos y de descripciones poéticas que parece que nos cuestan leerlos, pero que al final nos dejan un gusto diferente. No pretendo comparar a nadie con Lovecraft, pero sí el equilibrio que se mantiene en la historia, que me ha resultado muy particular.
Gracias a todos por sus comentarios.
No se puede negar el exquisito dominio del autor en este relato, pero eso de recargar tanto el lenguaje hasta estos extremos creo que ha perdido un poco de fuerza. Por poner un ejemplo, creeis que textos con un lenguaje como el utilizado en la Celestina sean ahora vendibles? Yo lo dudo. Sé que son cuestiones totalmente distintas, el que algo sea vendible y el que algo sea bueno ,pero a lo que voy es que la manera de hacer literatura hace 100 años no es igual que a la de ahora.
Sin ir más lejos hay muy buenos autores contemporáneos que sin llegar a utilizar un lenguaje tan artificial, consiguen hacernos llegar sus ideas claras, con fuerza, con limpieza de estilo.
Una breve aclaración:
Cuando mencionaba a Poe, me refería a que en ese relato se da una técnica de narración similar: el monólogo de un psicopata asesino que termina con una confesión a la policía (aunque los enfoques son diferentes y el estilo también). Solo era eso,un paralelismo en un aspecto muy concreto y no una comparación general y absoluta entre ambos autores. Por supuesto que Poe me parece tan irrepetible como el autor que ha escrito este relato. También pensé en Lovecraft y veo que otra persona lo ha nombrado buscando otro paralelismo (salvando las distancias) en un rasgo concreto del relato que nos ocupa.
Me ha sorprendido tener que aclarar algo que parecía tan evidente, pero bueno, por ser claros que no quede.
De todas formas, los grandes autores están ahí para servirnos de referencia, no hay nada de malo en fijarnos en ellos.
Lo que sí me parece más grave es invocar el amor de Dios en la misma frase que se nombra a Poe. Pero eso ya es otra historia... xD
Un saludo a todos.
Este relato, como bien dice nuestro amigo isaías teiene una semejanza con la escritura de Poe. No es malo fijarnos en los maestros de la escritura, y guiarnos con ellos. Todos los grandes escritores tinen un maestro del que poder aprender. Un saludo a todos y nunca dejeís de expresaros.
Un buen relato, sí señor. Aunque la primera persona no es mi favorita, pero no se puede negar que está muy bien escrito. Aunque lo que me cuente no me acabe de llenar, no negaré que me gusta leer cosas tan espléndidas como ésta.
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