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o
Estoy absolutamente aburrido de las continuas charlas con psicólogos y terapeutas.
Que si la vida no se acaba aquí, que si hay un montón de posibilidades y nuevas oportunidades para los que padecen lo mismo que yo...
¡Una mierda bien grande! Para todos ellos.
No deseo llevar colgada a mi cuello una ristra de cupones, ni participar en absurdos torneos persiguiendo un balón con cascabeles.
Yo hasta hace un mes era fotógrafo, señores. Vivía de las imágenes. Las mismas que ahora se me niegan y que acabarán difuminándose en mi cerebro, obligado ahora a vivir de los recuerdos.
Tampoco quiero que nadie hipoteque su vida a mi lado para servirme, ni siquiera un perro. Sufro de agorafobia, y por supuesto la ceguera no hará que desaparezca. Al contrario, hará que empeore hasta el infinito, y no soportaré lanzarme al vacío armado tan sólo con un bastón, buscando desesperadamente un tope que me sitúe en el espacio.
Así pues, no traten de inyectarme a la fuerza las ganas de vivir que ya no tengo, pues tan ciegos como mis ojos han quedado mi corazón y mi alma.
***
Tres meses después
Dios mío. Con todo el trabajo que me había costado localizar el bote de somníferos...
Qué puede importarlos a ellos que yo permanezca aquí o que me mude definitivamente al otro barrio. Nadie considera que mi pérdida de la vista sea para tanta desesperación. Se empeñan en que trate de encontrar de nuevo la felicidad dentro de las limitaciones que padezco. Que es posible hacerlo...
Si ya es muy difícil alcanzarla estando sano, no puedo ni pensar en encontrarla habiendo perdido mi sentido más preciado.
Cuando salga de este hospital, lo intentaré de nuevo, y esta vez me aseguraré de no errar en mis propósitos.
***
Treinta meses después
Por fin he terminado de leer el libro que ella me regaló. Y me ha gustado mucho, si señor. Me lo he acabado en tan sólo una semana, a pesar de que no tengo aún la sensibilidad suficiente en mis dedos como para leer con fluidez.
Ahora debo ponerme en marcha para estar preparado. Deseo estar impecable para cuando ella llegue. Esta noche viene a cenar y me ha prometido cocinar algo especial. Yo tendré a punto el vino, y estoy seguro de acertar con mi elección. De algo debe servirme ser sumiller del restaurante.
Pondré velas, y a pesar de que su tenue resplandor no penetre mis retinas, sé que su candor estará presente haciéndonos compañía. El aroma a cera quemada envolverá la escena otorgándole la calidez que le corresponde.
No me olvido de ti, mi mejor amiga. La más fiel y leal de las amistades que jamás tuve. Yo soy ciego, y ella es muda. Su única falta. Pero su compañía y apoyo constante me hacen sentirme tan seguro y firme que ahora no concibo mi existencia sin su cercanía.
Tan poco exigente y tan complaciente a mis deseos. Desde que llegó a mi vida, la soledad que se hallaba aposentada en mi corazón, se despidió huyendo por la puerta. Espero que para siempre.
Yo no puedo verla cuando está ahí, echada a mis pies, pero me apercibo que a cada movimiento que ejecute, por ligero que sea, ella gira su cabeza de pastor alemán y me contempla con ojos solícitos.
***
Treinta y seis meses después
Hoy mi novia no ha acudido a trabajar al restaurante. Decía no encontrarse nada bien y la he dejado echada en la cama de nuestro apartamento. Creo que llamará a su medico para que la visite a domicilio. Lleva días insinuándome que desde que vivimos juntos, sufre de estornudos y lagrimeos constantes, y cree que padece alergia al pelo de mi perra.
Yo la he dicho que uno acaba haciéndose inmune al pelo de su propio animal, que tenga paciencia, pues no me quiero enfrentar a esta disyuntiva. Tampoco mi perra Lucera parece querer acomodarse a la presencia permanente de Ivana. La gruñe cuando pasa a su lado y se retira a un rincón cuando se acerca a darme un beso, pues oigo sus pisadas alejándose. Las primeras noches rascaba con sus patas en la puerta del dormitorio y lloraba, pues estaba acostumbrada a dormir en la alfombra al pie de mi cama. Por suerte ya ha dejado de hacerlo, pero mientras hago el amor con Ivana siento que Lucera se halla aún detrás de la puerta, esperando en silencio. Supongo que piensa que ha invadido su territorio y que siente celos de ella. Espero que con el tiempo se acaben acostumbrando a la presencia de ambas en la casa.
***
Treinta y seis meses y una hora después
Yo también me he empezado a sentir mal repentinamente. Una intensa congoja ha invadido mi pecho, como si algo no fuera bien en mi entorno. Me he visto obligado a pedir al dueño permiso para ausentarme, y afortunadamente no me ha puesto ningún reparo. Se ha ofrecido a llamarme un taxi, pues siempre salgo acompañado de Ivana y ella me guía hasta nuestra casa. Ya he perdido la costumbre de solventar los escasos trescientos metros que separan mi domicilio del restaurante, pues antes cubría este trayecto acompañado de Lucera.
Introduzco lentamente la llave en la cerradura. El pesar de mi pecho se hace más y más prominente y eso me invita a abrir la puerta con suavidad.
No oigo más que al silencio. Nada se mueve. Mis manos tiemblan como una hoja al viento y dejo caer el bastón. El nombre de Ivana sale de mi trémula garganta en forma de pregunta, pero no obtiene respuesta. Cubro de forma automática los pasos que me separan de la puerta de la habitación. Y de repente me tropiezo con ella.
—¡Lucera, ven!
Me agacho hasta ella. Se mueve nerviosa cuando la acaricio el lomo. Acurruca su cabeza cariñosamente en mi pecho metiendo y sacando su larga lengua como si se relamiera. Está empapada.
Mi corazón se encoge y busco frenéticamente con mis manos una herida entre su pelaje, pero tras un desesperante minuto, compruebo que parece estar bien y no tener nada.
—¿Qué ha pasado, Lucera?... ¿Qué-has-hecho, Lucera?
Tengo un terrible presentimiento. Llamo exasperadamente a Ivana, pero sigue sin responderme. Intento penetrar el umbral del dormitorio, pero Lucera se interpone en mi camino, no quiere dejarme pasar. Lo intento una y otra vez, pero mi perra se revuelve contra mis piernas hasta que finalmente caigo al suelo. Me arrastro atormentado por el suelo de forma patética, mientras Lucera me agarra con sus colmillos del jersey, tirando hacia atrás. Al fin desiste, sabiendo que finalmente no podrá ocultarme la verdad. Siento el sonido de sus pisadas sobre el parquet desapareciendo de la habitación.
Escalo a la cama y me postro al lado de la descompuesta anatomía de Ivana. Intento apoyar mi mano en su desnudo vientre, pero ésta se hunde en sus húmedas entrañas dejadas al aire. Quiero apoyar mis labios en su rostro para besarla, pero no encuentro más que un hueso descarnado. Sus turgentes pechos no son más que pústulas sanguinolentas que se deshacen entre mis dedos.
No pudo concebir imaginarme la espantosa escena y la fiereza y la rabia encarnizada con que mi perra ha despedazado a mi novia. Mi mundo se derrumba y no puedo sino más que gritar inconsolablemente.
***
Treinta y seis meses y tres horas después
Me siento mareado y aturdido. Estoy sentado en el sofá del salón y alguien me ofrece constantemente una taza de tila. El murmullo de gente de entra y sale, que viene y va, confunde mis sentidos. Olores extraños, susurros en voz baja, ligeras corrientes de aire que se apartan al paso de personas y que rozan mi rostro trayéndome sus oscuras confidencias.
Tras el accidente, y que me comunicaran que jamás volvería a ver la luz del día, era imposible pensar entonces que podría sufrir una noticia peor que esa. Pero qué desagradables sorpresas me depararía la vida… qué consuelo me puede quedar ahora...
—Señor...discúlpeme. Soy el inspector Sánchez. Me consterna profundamente tener que pronunciarle esta pregunta en estos momentos para usted tan terribles, pero me hallo en la obligación de hacérsela a instancias del informe preliminar... ¿Conocía usted a la otra persona… la que se halla tendida desnuda en el suelo, al otro lado de la cama?
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Estoy absolutamente aburrido de las continuas charlas con psicólogos y terapeutas.
Que si la vida no se acaba aquí, que si hay un montón de posibilidades y nuevas oportunidades para los que padecen lo mismo que yo...
¡Una mierda bien grande! Para todos ellos.
No deseo llevar colgada a mi cuello una ristra de cupones, ni participar en absurdos torneos persiguiendo un balón con cascabeles.
Yo hasta hace un mes era fotógrafo, señores. Vivía de las imágenes. Las mismas que ahora se me niegan y que acabarán difuminándose en mi cerebro, obligado ahora a vivir de los recuerdos.
Tampoco quiero que nadie hipoteque su vida a mi lado para servirme, ni siquiera un perro. Sufro de agorafobia, y por supuesto la ceguera no hará que desaparezca. Al contrario, hará que empeore hasta el infinito, y no soportaré lanzarme al vacío armado tan sólo con un bastón, buscando desesperadamente un tope que me sitúe en el espacio.
Así pues, no traten de inyectarme a la fuerza las ganas de vivir que ya no tengo, pues tan ciegos como mis ojos han quedado mi corazón y mi alma.
***
Tres meses después
Dios mío. Con todo el trabajo que me había costado localizar el bote de somníferos...
Qué puede importarlos a ellos que yo permanezca aquí o que me mude definitivamente al otro barrio. Nadie considera que mi pérdida de la vista sea para tanta desesperación. Se empeñan en que trate de encontrar de nuevo la felicidad dentro de las limitaciones que padezco. Que es posible hacerlo...
Si ya es muy difícil alcanzarla estando sano, no puedo ni pensar en encontrarla habiendo perdido mi sentido más preciado.
Cuando salga de este hospital, lo intentaré de nuevo, y esta vez me aseguraré de no errar en mis propósitos.
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Treinta meses después
Por fin he terminado de leer el libro que ella me regaló. Y me ha gustado mucho, si señor. Me lo he acabado en tan sólo una semana, a pesar de que no tengo aún la sensibilidad suficiente en mis dedos como para leer con fluidez.
Ahora debo ponerme en marcha para estar preparado. Deseo estar impecable para cuando ella llegue. Esta noche viene a cenar y me ha prometido cocinar algo especial. Yo tendré a punto el vino, y estoy seguro de acertar con mi elección. De algo debe servirme ser sumiller del restaurante.
Pondré velas, y a pesar de que su tenue resplandor no penetre mis retinas, sé que su candor estará presente haciéndonos compañía. El aroma a cera quemada envolverá la escena otorgándole la calidez que le corresponde.
No me olvido de ti, mi mejor amiga. La más fiel y leal de las amistades que jamás tuve. Yo soy ciego, y ella es muda. Su única falta. Pero su compañía y apoyo constante me hacen sentirme tan seguro y firme que ahora no concibo mi existencia sin su cercanía.
Tan poco exigente y tan complaciente a mis deseos. Desde que llegó a mi vida, la soledad que se hallaba aposentada en mi corazón, se despidió huyendo por la puerta. Espero que para siempre.
Yo no puedo verla cuando está ahí, echada a mis pies, pero me apercibo que a cada movimiento que ejecute, por ligero que sea, ella gira su cabeza de pastor alemán y me contempla con ojos solícitos.
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Treinta y seis meses después
Hoy mi novia no ha acudido a trabajar al restaurante. Decía no encontrarse nada bien y la he dejado echada en la cama de nuestro apartamento. Creo que llamará a su medico para que la visite a domicilio. Lleva días insinuándome que desde que vivimos juntos, sufre de estornudos y lagrimeos constantes, y cree que padece alergia al pelo de mi perra.
Yo la he dicho que uno acaba haciéndose inmune al pelo de su propio animal, que tenga paciencia, pues no me quiero enfrentar a esta disyuntiva. Tampoco mi perra Lucera parece querer acomodarse a la presencia permanente de Ivana. La gruñe cuando pasa a su lado y se retira a un rincón cuando se acerca a darme un beso, pues oigo sus pisadas alejándose. Las primeras noches rascaba con sus patas en la puerta del dormitorio y lloraba, pues estaba acostumbrada a dormir en la alfombra al pie de mi cama. Por suerte ya ha dejado de hacerlo, pero mientras hago el amor con Ivana siento que Lucera se halla aún detrás de la puerta, esperando en silencio. Supongo que piensa que ha invadido su territorio y que siente celos de ella. Espero que con el tiempo se acaben acostumbrando a la presencia de ambas en la casa.
***
Treinta y seis meses y una hora después
Yo también me he empezado a sentir mal repentinamente. Una intensa congoja ha invadido mi pecho, como si algo no fuera bien en mi entorno. Me he visto obligado a pedir al dueño permiso para ausentarme, y afortunadamente no me ha puesto ningún reparo. Se ha ofrecido a llamarme un taxi, pues siempre salgo acompañado de Ivana y ella me guía hasta nuestra casa. Ya he perdido la costumbre de solventar los escasos trescientos metros que separan mi domicilio del restaurante, pues antes cubría este trayecto acompañado de Lucera.
Introduzco lentamente la llave en la cerradura. El pesar de mi pecho se hace más y más prominente y eso me invita a abrir la puerta con suavidad.
No oigo más que al silencio. Nada se mueve. Mis manos tiemblan como una hoja al viento y dejo caer el bastón. El nombre de Ivana sale de mi trémula garganta en forma de pregunta, pero no obtiene respuesta. Cubro de forma automática los pasos que me separan de la puerta de la habitación. Y de repente me tropiezo con ella.
—¡Lucera, ven!
Me agacho hasta ella. Se mueve nerviosa cuando la acaricio el lomo. Acurruca su cabeza cariñosamente en mi pecho metiendo y sacando su larga lengua como si se relamiera. Está empapada.
Mi corazón se encoge y busco frenéticamente con mis manos una herida entre su pelaje, pero tras un desesperante minuto, compruebo que parece estar bien y no tener nada.
—¿Qué ha pasado, Lucera?... ¿Qué-has-hecho, Lucera?
Tengo un terrible presentimiento. Llamo exasperadamente a Ivana, pero sigue sin responderme. Intento penetrar el umbral del dormitorio, pero Lucera se interpone en mi camino, no quiere dejarme pasar. Lo intento una y otra vez, pero mi perra se revuelve contra mis piernas hasta que finalmente caigo al suelo. Me arrastro atormentado por el suelo de forma patética, mientras Lucera me agarra con sus colmillos del jersey, tirando hacia atrás. Al fin desiste, sabiendo que finalmente no podrá ocultarme la verdad. Siento el sonido de sus pisadas sobre el parquet desapareciendo de la habitación.
Escalo a la cama y me postro al lado de la descompuesta anatomía de Ivana. Intento apoyar mi mano en su desnudo vientre, pero ésta se hunde en sus húmedas entrañas dejadas al aire. Quiero apoyar mis labios en su rostro para besarla, pero no encuentro más que un hueso descarnado. Sus turgentes pechos no son más que pústulas sanguinolentas que se deshacen entre mis dedos.
No pudo concebir imaginarme la espantosa escena y la fiereza y la rabia encarnizada con que mi perra ha despedazado a mi novia. Mi mundo se derrumba y no puedo sino más que gritar inconsolablemente.
***
Treinta y seis meses y tres horas después
Me siento mareado y aturdido. Estoy sentado en el sofá del salón y alguien me ofrece constantemente una taza de tila. El murmullo de gente de entra y sale, que viene y va, confunde mis sentidos. Olores extraños, susurros en voz baja, ligeras corrientes de aire que se apartan al paso de personas y que rozan mi rostro trayéndome sus oscuras confidencias.
Tras el accidente, y que me comunicaran que jamás volvería a ver la luz del día, era imposible pensar entonces que podría sufrir una noticia peor que esa. Pero qué desagradables sorpresas me depararía la vida… qué consuelo me puede quedar ahora...
—Señor...discúlpeme. Soy el inspector Sánchez. Me consterna profundamente tener que pronunciarle esta pregunta en estos momentos para usted tan terribles, pero me hallo en la obligación de hacérsela a instancias del informe preliminar... ¿Conocía usted a la otra persona… la que se halla tendida desnuda en el suelo, al otro lado de la cama?
5 comentarios:
Genial el relato. Sin adjetivación innecesaria ni prosa poética pesada. Prosa fácil de leer y limpia. Por un momento pensé que el final era simplemente que el perro había matado a la novia, sin más (hubiera sido un final decepcionante que no se merecía la narración), pero el último párrafo consigue darle un giro interesante.
Lamento decir que no me ha acabado de convencer... aunque posiblemente sea porque la primera persona no me llena nada, y porque el recurso al "diario" me parece demasiado manido. Hay frases que merecían un repaso (no porque estén mal, sino porque, a mi juicio, necesitaban otra construcción para estar perfectas). Eso sí, muy bien escrito y una historia sorprendente.
Me ha gustado mucho. El final tiene su originalidad porque engaña al lector con lo que en un principio se presupone. No obstante, la unica pega que le veo es que no se identifica el género al que pertenece, y del cual se basa este concurso, ¿terror, fantasía, ciencia ficción? no veo ninguno de estos géneros. Solo hay dos relatos finalistas que me han convencido y éste, es uno de ellos.
Se clasifican a los relatos de Allan Poe, del Marqués de Sade (algunos), de Lovecraft como relatos de terror, aunque solo sea la historia de un crimen. A mi me parece un subgénero dentro del ámbito del terror que está bastante explotado, pero no lo suficiente. De hecho, la originalidad de un autor que ha escrito libros de crimen sirve muchas veces (tristemente) de referencia para algunos asesinos que quieran encubrir su crimen.
Enhorabuena al autor, y a ver si nos deja un comentario por aquí
Un final sorprendente y una prosa intimista que me ha hecho pasar un buen (mal) rato. Un abrazo al autor.
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